En estos últimos días se viralizó a través de la red social Tiktok un video en el que se ve a un número grande de personas de la tercera edad en Estados Unidos frente a las pantallas de las tragamonedas, apretando en forma secuencial y permanente, sin quitar la vista del juego, el botón para renovar las esperanzas de ganar en esas máquinas. Luego al viralizarse también en Twitter, los comentarios iban desde la similitud de ese estado como catatónico, similar al de los jóvenes frente a las pantallas de sus celulares, hasta la temática de la ludopatía en adultos mayores, un problema a nivel planetario que también afecta a muchas personas en Argentina.
Las “viejas y viejos bingueros“, como se los conoce en el lenguaje coloquial, son personas encima de 60 años que pasan muchas de sus horas de ocio apostando en un casino o sala de bingo, pero orientados en su mayoría a las tragamonedas (que paradójicamente ya no tienen monedas en su interior) para intentar llevarse alguno de los premios mayores.
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Esta situación descriptiva de una realidad inmanente a una franja etaria determinada no es excluyente a ellos, y puede suceder que otras personas más jóvenes también tengan sembrada en su cerebro la adicción a jugar largas horas con ese mismo anhelo.
La ludopatía en la tercera edad se manifiesta mayormente en el uso compulsivo de las máquinas tragamonedas
Tal compulsión, lamentablemente mucho menos abordada que otras desde los estados, porque los gobiernos son parte implicada y beneficiaria de la existencia de tanta oferta de apuestas, crece y crece con razones científicamente explicadas desde hace décadas.
En las personas mayores hay varios aspectos que pueden favorecer este deseo de jugar desmedido, afectando no solamente su nivel económico, sino también su tiempo, porque llegan a desatender y perder el interés por sí mismas, haciendo languidecer su autoestima.
¿Cuál es la razón de este flagelo que afecta a abuelos y abuelas, y cuáles son las causas que lo ocasionan?
El juego de azar se conoce desde el año 2000 antes de Cristo, precediendo al propio dinero físico, y originalmente con un especial protagonismo de la clase alta.
A pesar de que la ludopatía es una enfermedad muy antigua, hasta 1975 no se empezó a estudiarla como tal, siendo recién en 1979 cuando la definen como juego patológico.
Su reconocimiento oficial no se produce hasta 1980, cuando la Asociación de Psiquiatría Americana en el Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales, incluye el juego patológico como una de sus categorías dentro de los trastornos del control de impulsos no clasificados.
Además, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), la ludopatía es un problema que afecta a personas de cualquier rango de edad, aunque puede hacerse más evidente en personas que, por un motivo u otro, no se encuentran activas en su día a día.
Este es el caso de los hombres y mujeres en la denominada “tercera edad”.
VÍAS DE ESCAPE
Los cambios que se producen en la vejez: la jubilación, la soledad o la pérdida de la pareja, pueden llevar a buscar vías de escape a través del juego, ya que esta población suele engancharse más a este como una opción de ocio, no viéndolo tanto como una forma de obtener dinero, que es uno de los principales motivos por los que se enganchan los jóvenes.
Aunque para la mayoría de estas personas el juego no pasa de ser una distracción, para un 2% se convierte en una patología grave.
Se trata de un trastorno que antes era considerado de especial riesgo para la población joven y adulta, pero que ahora se amplía a la población mayor, mostrando que también constituye una población vulnerable.
Por lo general, buscan una manera de evadirse para huir de la depresión o inestabilidad emocional que experimentan algunos de ellos, debido al aislamiento social o situaciones de crisis o ansiedad.
En esta franja etaria, el juego se transforma en un elemento liberador que acaba convirtiéndose en una patología adictiva.
Se transforma, para algunos, en una conducta destructiva que resulta en graves pérdidas a nivel económico, familiar, social, ocupacional, y a veces hasta legal.
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