La paradoja del nombre de uno de los productos emblema que producía esta empresa: “Siempre Libre“, pero bajo el gobierno libertario “cada vez menos libre”. Otra fábrica menos. Otra planta que baja la persiana o se “reformula”. Y otra vez los trabajadores quedan en el medio de una estrategia empresarial global empujada por una política económica que no les pone ningún freno.
Esta vez es el turno de Kenvue, la empresa que fabrica productos de consumo masivo como el mencionado Siempre Libre, y además Johnson’s Baby, Carefree y Listerine, anunció el cierre definitivo de su planta en Fátima, partido de Pilar, dejando a decenas de familias sin sustento y dejando atrás cualquier atisbo de producción nacional.
Del Conurbano a Brasil y Colombia
La decisión de la multinacional fue simple: dejar de fabricar en Argentina y pasar a importar todo. Desde noviembre, los productos que hasta ahora salían de la planta bonaerense llegarán desde Brasil y Colombia (gobernados por el ‘maldito socialismo’ al que habitualmente alude Javier Milei) mientras en el predio de Fátima solo quedarán un centro de distribución y un laboratorio de control de calidad.
Las líneas de producción, ya desarmadas, fueron la postal final de una historia que supo tener hasta 1.600 empleados en sus mejores años, y que al día de hoy se redujo a apenas 32 trabajadores.
Los despidos no fueron recientes, sino progresivos: en marzo se realizó una tanda de rígidos retiros voluntarios, bajo una presión que, según fuentes sindicales, dejó afuera a más de 130 empleados.
Desde la empresa se justificaron diciendo que se trata de una decisión global, parte de un “rediseño estratégico” para “mejorar la competitividad”. Y sí, es cierto que Kenvue viene ajustando sus operaciones desde su escisión de Johnson & Johnson en 2022, incluso con un plan para recortar un 4% de su plantilla mundial en 2024.
Pero hay algo que también es innegable: elegir salir de la Argentina les resulta más sencillo en un país donde el Gobierno nacional no protege la producción ni el empleo.
Una política que premia importar
La gestión de Javier Milei repite como un mantra que el “Estado no debe intervenir” y que “la libertad de mercado es sagrada”. En los hechos, eso significa que no hay ni incentivos para quedarse ni trabas para importar.
La apertura irrestricta de importaciones –una política celebrada por el Gobierno como “eficiencia económica”– golpea de lleno a la industria nacional, que queda en desventaja frente a países con costos mucho más bajos o con subsidios estatales que acá no existen. A eso se suma la recesión, la caída del consumo interno y la falta de previsibilidad macroeconómica, que espantan cualquier inversión de largo plazo.
Y el caso de Kenvue no es aislado. En los últimos meses, varias empresas anunciaron medidas similares: Nike ya había cerrado su planta en el Parque Industrial de San Martín; Whirlpool suspendió su producción de lavarropas en Pilar y comenzó a importar desde Brasil; Clorox vendió su operación local; y Galeno despidió trabajadores en su centro logístico.
La tendencia es clara: las multinacionales se van o se reconvierten en importadoras, dejando atrás el rol productivo que antes ocupaban en el país.
El impacto en el conurbano bonaerense es directo y brutal. Cada fábrica que cierra son familias que se quedan sin ingresos, comercios de barrio que venden menos, líneas de colectivo que pierden pasajeros, escuelas que reciben chicos con dificultades para alimentarse. El efecto derrame, pero al revés.
Mientras tanto, desde el Gobierno nacional no hay una sola señal de preocupación. El presidente Milei sostiene que “el que no se adapta, muere” y que “el mercado lo regula todo”. Pero en la realidad, el mercado regula hacia abajo: ajusta al trabajador, castiga al productor nacional y premia al importador.
La historia de Kenvue es una más, pero también es un símbolo. Un símbolo de un país que, en nombre de la libertad, renuncia a producir y se resigna a importar. De un país que deja afuera a su propia gente para facilitarle el camino a los que vienen de afuera. Y de un gobierno que, en vez de defender la industria, la entrega atada con moñito.