En los últimos días, una respuesta de una empresa a un aspirante a un puesto de trabajo se volvió viral y generó un encendido debate en redes sociales. El correo de rechazo, dirigido a un tal Gavin, agradecía la entrevista, pero advertía que “hacer preguntas sobre el salario, las responsabilidades y la cultura laboral” no era algo que la compañía quisiera discutir durante el proceso.
La frase fue suficiente para dividir a la opinión pública: ¿es desubicado preguntar el salario en la primera entrevista o, por el contrario, es parte de cualquier conversación laboral seria?
En plataformas como X se multiplicaron las posiciones enfrentadas. Algunos usuarios argumentaron que en países como Suecia jamás se menciona el salario en el primer encuentro, y que la prioridad es “caer bien” y mostrar aptitudes. Otros, en cambio, consideraron que es un tema ineludible: “¿Y de qué carajo querés hablar? Es una entrevista laboral”, resumió un internauta.
Entre la cortesía y la transparencia
Quienes defendieron la postura empresarial apelaron a la etiqueta internacional: primero se evalúa si la persona es apta y luego se negocian las condiciones. Otros sumaron un dato que no es menor: “En Suecia nunca te pagan por debajo de la línea de pobreza”, lo que reduce la urgencia por discutir el tema de entrada.
Pero el contexto argentino es distinto. Aquí, conocer las condiciones económicas desde el inicio puede ser la diferencia entre seguir en un proceso o no perder tiempo. Además, muchos reclutadores locales incluyen la pregunta de aspiraciones salariales como parte de la primera entrevista, no como una falta de tacto, sino como una variable clave para avanzar.
En el hilo de respuestas también aparecieron críticas hacia el propio formato de las entrevistas: “En una empresa seria se habla de salario, entorno laboral, responsabilidades y demás, no de cuál es tu color preferido”, escribió un usuario, ironizando sobre la tendencia a priorizar preguntas triviales sobre temas sustanciales.
Preguntar no siempre es romper reglas
Más allá de las diferencias culturales y empresariales, el episodio dejó al descubierto un punto incómodo: la tensión entre la necesidad de mostrarse cordial y la urgencia por conocer si el trabajo realmente vale la pena. En tiempos de salarios ajustados y competencia feroz, para muchos candidatos la transparencia no es un capricho, sino una estrategia de supervivencia laboral.
El caso Gavin no solo abrió una discusión sobre modales en entrevistas, sino que obligó a repensar qué significa hoy una “buena impresión”. Tal vez no se trate solo de sonreír y esperar la segunda llamada, sino de animarse a preguntar lo esencial sin que eso implique cerrar puertas.