El doctor en Química Francisco Ibáñez no nació en La Plata, pero habla de la ciudad como si fuera propia. Mendocino, formado en la UTN y doctorado en Estados Unidos, hoy es una de las figuras clave de la investigación en GRAFENO dentro del INIFTA, el Instituto de Investigaciones Fisicoquímicas Teóricas y Aplicadas, un organismo que depende tanto de la UNLP como del CONICET.

Y aunque la entrevista exclusiva para Infocielo arrancó con la idea de hablar de este material “maravilla”, lo que terminó apareciendo, eje tras eje, fue el valor de la ciencia argentina, de sus equipos de investigación y, sobre todo, de la capacidad del país para crecer si existe decisión política.
La conversación arrancó liviana: “¿Te parece que hablemos de grafeno?”. El científico se rió: “Sí, me encanta. Es mi área.” Ese entusiasmo no es casual.
Un material verdaderamente “Nobel”
Ibáñez llegó al tema cuando volvió a Estados Unidos en 2011 y su profesor lo invitó a ver cómo se hacía grafeno a partir del grafito, apenas un año después de que ese descubrimiento se llevara el Nobel.
“Me traje el know-how para acá”, cuenta, aunque enseguida aclara que lo suyo no es una aventura individual: “esto es trabajo en equipo, no soy yo solo.”
El INIFTA está en el corazón científico de La Plata y opera bajo esa doble dependencia que es marca registrada de la ciudad: la UNLP y el CONICET.

“Dependemos de esas dos instituciones, con todo lo que eso significa”, explica Ibáñez. La Plata respira ciencia, y el grafeno encontró su lugar en ese ecosistema.
El boom del grafeno y la realidad detrás del entusiasmo
Hablar de grafeno es, inevitablemente, hablar de exageraciones.
Ibáñez lo reconoce sin vueltas: “Al principio se lo infló mucho… se exageró bastante.” El grafeno es famoso por ser el primer nanomaterial bidimensional: una lámina tan fina que tiene el espesor de un solo átomo.
Es más conductor que el cobre, más resistente que el acero y completamente hidrofóbico. Un combo irresistible para grandes titulares en los medios de comunicación.

Pero la magia tiene matices. Ibáñez lo explica con paciencia docente: “El silicio es semiconductor. Lo podés manipular electrónicamente. El grafeno, en cambio, es demasiado conductor.”
Esa diferencia hace que todavía no pueda reemplazar al silicio en los dispositivos electrónicos, aunque ofrezca ventajas enormes para hacer equipos más delgados, más livianos y más flexibles.
Lo que sí avanza, y mucho, son los usos alternativos. “Se está usando como aditivo en cemento y ladrillos”, cuenta. “Es hidrofóbico, repele el agua. Y además los hace más resistentes.”
En una ciudad como La Plata, marcada por inundaciones, el comentario es “a lugar” especialmente fuerte: una hilera de ladrillos con grafeno podría disminuir la absorción de agua y mejorar estructuras completas.
También aparecen usos curiosos: textiles impermeables, neumáticos más durables, suelas de zapatillas resistentes, raquetas deportivas livianas, sensores químicos y hasta nuevas clases de baterías. “Es increíble: las propiedades son increíbles”, dice, y uno entiende por qué el descubrimiento revolucionó al mundo científico en 2004.
Tenemos grafito, tenemos científicos: Falta decisión
Cuando se le pregunta por el costado económico, Ibáñez es concreto: “Sí, tenemos grafito en Argentina. Mucho.” Lo menciona como un punto fuerte que podría potenciar al país si existiera una articulación real entre el sector científico y el productivo. Algo que todavía cuesta.

El caso del litio aparece enseguida como espejo. “Si lo vendemos puro, vale más. Y si además fabricamos baterías, mejor todavía.” Con el grafeno sucede algo similar: tener materia prima no alcanza sin un modelo industrial que sostenga un proceso de fabricación local.
El problema, dice, es que ese puente entre ciencia y empresas todavía es frágil. “Hay muchos compartimentos en el medio. Vos hacés la investigación, desarrollás un prototipo, patentás… pero después tenés que lograr que una empresa lo tome.”
Las posibilidades existen: la UNLP tiene una oficina de patentes, y el sistema científico ya generó empresas mixtas como YTEC, el brazo tecnológico de YPF y CONICET. Pero falta escala. Falta política pública. Falta el empujón que libere el potencial.
La Plata, una usina de investigación en grafeno
Ibáñez habla con orgullo de su grupo, pequeño pero inquieto: “Somos cinco o seis, pero muy inquietos científicamente.” Y nombra a un histórico del INIFTA, el doctor Roberto Salvarezza, como figura clave en el armado de los grupos actuales.
La ciudad, afirma, es pionera en el estudio del grafeno. Desde ingeniería hasta química, pasando por desarrollos aplicados, el ecosistema platense generó una red nacional de grupos de investigación: Bariloche, Río Cuarto, Córdoba, Buenos Aires. Todos conectados.
Además, los vínculos no se limitan al laboratorio. Hay contactos con provincias que tienen yacimientos de grafito (San Luis, San Juan, Tucumán) y existe interés industrial, aunque todavía sin concreciones firmes.

Del laboratorio al futuro: lo qué puede venir
Cuando se le pregunta cómo imagina el futuro del grafeno, Ibáñez es prudente: “No creo que en diez años todo esté hecho de grafeno.” Pero sí cree que su presencia va a ser cada vez mayor, especialmente como aditivo o componente de tecnologías nuevas.
Las baterías parecen el terreno más cercano a una revolución. También los sensores (la especialidad de su grupo), donde el grafeno y otros nanomateriales permiten detectar sustancias por cambios de color, reactividad o conductividad. “El COVID, por ejemplo, se detectó con nanopartículas”, destaca.
Y ahí aparece un comentario que funciona como resumen de su mirada: “La Argentina necesita avanzar en el conocimiento y vender tecnología. No comprarla.”
Una nota sobre grafeno que terminó siendo una nota sobre él
Al final, lo que iba a ser una conversación sobre un material terminó siendo más un retrato del investigador que lo impulsa. De su grupo. Del instituto. De la universidad. De un sistema científico que, aun con dificultades, produce avances de nivel internacional.
Y también de una idea que atraviesa toda la charla: Argentina puede. Tiene materia prima, tiene conocimiento, tiene instituciones. Lo que falta (lo que siempre falta) es una estrategia sostenida.
Por eso, más allá del grafeno, Ibáñez deja una sensación clara: si la ciencia tuviera el apoyo que merece, La Plata, la UNLP y el CONICET no sólo serían orgullo local. Serían motores de desarrollo para todo el país.

