La declaración de Kristalina Georgieva, titular del Fondo Monetario Internacional (FMI), en apoyo explícito al gobierno de Javier Milei representa un hecho de extrema gravedad en materia de derecho internacional.
No es una mera opinión técnica sobre la economía: es una intervención directa en el proceso político de una nación soberana, en plena cuenta regresiva hacia elecciones legislativas clave.
Georgieva no se limitó a expresar optimismo sobre el rumbo económico: solicitó públicamente a la ciudadanía argentina que “mantenga el rumbo”, en una clara alusión electoral que la convierte en antidemocrática.
El FMI cruza los limites
Resulta alarmante que un organismo internacional cuyo mandato se limita al terreno económico-financiero cruce con tanta soltura la línea que separa la asesoría técnica de la injerencia política.
El Fondo Monetario Internacional fue creado en 1944 para evitar crisis de balanza de pagos y proveer asistencia financiera a países en dificultades. Nunca fue, ni debería ser, un actor que condicione el futuro político de las naciones.
Las palabras de Georgieva, pronunciadas a nada de las elecciones legislativas constituyen una presión inaceptable sobre el electorado.
El derecho internacional público es claro en este punto: el principio de no intervención en los asuntos internos de los Estados es uno de los pilares del sistema jurídico internacional, consagrado tanto en la Carta de las Naciones Unidas como en múltiples declaraciones y resoluciones multilaterales.
La declaración de Georgieva viola abiertamente ese principio. No solo emite un juicio de valor sobre el gobierno actual, sino que también sugiere qué rumbo debería seguir la ciudadanía argentina en las urnas.
Intromisión sin antecedentes
Ahora bien, ¿existen antecedentes similares en la historia contemporánea?
Aunque hubo episodios de condicionalidades económicas severas por parte del FMI —como en Grecia durante la crisis del euro o en países africanos y latinoamericanos en los 80 y 90—, son escasísimos los casos en los que un funcionario del Fondo se expresó de manera tan directa sobre elecciones concretas.
Ni siquiera en contextos donde el FMI controlaba de facto las finanzas públicas de los Estados endeudados se llegó a un punto tan explícito de intromisión discursiva.
Ni durante el ajuste estructural en África, ni durante la crisis del sudeste asiático, ni siquiera durante las devastadoras intervenciones del FMI en América Latina durante el llamado “Consenso de Washington”, un alto funcionario se atrevió a pedirle públicamente a una población soberana que vote de determinada manera, disfrazándolo de consejo económico.
Lo ocurrido este jueves parece marcar un nuevo hito, aún más lesivo.
Georgieva, al hacerlo, socava la ya deteriorada legitimidad del organismo que preside. En lugar de ejercer la neutralidad institucional que su cargo exige, actúa como una vocera de campaña de Milei, mientras que presiona a la sociedad argentina para que ratifique un modelo económico que, paradójicamente, fue cuestionado incluso por exfuncionarios del propio Fondo.
Esta intromisión además de poner en cuestión la autonomía política de Argentina, también deja una señal preocupante para el resto del mundo: el FMI no es solo un prestamista, también ya es desbocadamente y descaradamente un actor político… Y eso, en cualquier parte del planeta, debería encender todas las alarmas.