La escena es breve, pero inolvidable. En el centro del campo, un niño de piernas flacas y camiseta rojinegra acaricia la pelota con una serenidad asombrosa. Desde la tribuna, el grito popular se anticipa al destino: “¡Marado, Marado!”. Era Lionel Messi en el estadio El Coloso de Lima. Un video recién rescatado de aquel 1996 revela no solo un talento precoz, sino el nacimiento de una esperanza.
En rojo y negro, como una promesa aún sin firmar, Lionel Messi pisa el césped de El Coloso con una pelota pegada a los pies. Tiene 9 años, el cuerpo chiquito, la mirada seria y la camiseta de Newell’s Old Boys: no hay señales de divismo ni de épica, apenas un niño dominando la redonda como si naciera de él. El video, inédito hasta ahora, fue grabado en 1996, durante la Copa de la Amistad disputada en Lima, Perú.
MARADONA Y NEWELLS ERAN PRESENTE
La escena transcurre en el acto de presentación de los equipos. La “Máquina del ’87”, como se conocía a su categoría en Newell’s, acababa de consagrarse campeona del torneo infantil. En medio de la celebración, Messi aparece rodeado de otras personas, pero se destaca sin esfuerzo. No hace malabares: hace poesía con los pies. En cada toque hay una naturalidad maradoniana, casi provocadora.
Y entonces ocurre: desde las tribunas, el canto popular irrumpe con una mezcla de asombro y memoria. “¡Marado, Marado!”. No era una broma. Era la forma que encontró ese público para nombrar lo que todavía no tenía nombre. No sabían que ese chico sería campeón del mundo. No sabían que un día levantaría ocho Balones de Oro. Pero sabían que algo distinto estaba pasando.
ESE DÍA ESTABAN ESPIANDO EL FUTURO
Lo que conmueve del video no es sólo el talento, sino la atmósfera. Hay algo ceremonial, íntimo, como si el destino estuviera dejando una cápsula de tiempo, una nota escondida para ser leída años después.
Ver a Messi dominando la pelota entre aplausos, sin saber lo que vendría, es como espiar el comienzo de una sinfonía que recién iba por sus primeros compases.
La imagen no necesita retoques: un chico con la camiseta de Newell’s, en un estadio latinoamericano, rodeado de gente, tocando la pelota como si ya supiera que eso —y no otra cosa— sería su vida. Y el eco lejano de un nombre, “Marado”, como si la historia, por un momento, se diera la mano consigo misma.