Una joven buscaba trabajo y terminó envuelta en una situación tan absurda que ni los mejores guionistas de comedia de enredos la hubiesen imaginado.
La protagonista, Manuela, rebautizada insistente e involuntariamente (?) como “Agostina”, expuso un intercambio con Recursos Humanos de un posible contratista que se volvió viral y reabrió un debate que las redes aman: si los reclutadores son un caos o si, en realidad, estamos ante otro episodio épico de la “generación de cristal” que, según algunos opinólogos de X, “no tiene ganas de laburar ni cuando le pagan”.

Un pedido mínimo y un quilombo máximo
Todo arrancó con algo simple, casi inocente pero poco apropiado. Manuela tenía una entrevista laboral pautada a las 14, pero se le complicó.
Como cualquier joven haría con un amigo (esta situación laboral sonaba bastante diferente a eso), preguntó si podía correrla una horita: “Hola, buenos días. A las 14 se me complica, ¿podría ser a partir de las 15? ¿Hay algún problema con eso?”.
La respuesta de Recursos Humanos la dejó recalculando: “Hola Agostina. No voy a poder en ese horario. Podríamos programarla para la próxima semana o cuando tengamos vacantes disponibles”. Primer llamado de atención: ¿Agostina? ¿Quién es Agostina? ¿De dónde salió? ¿La empresa contrata gente o invoca identidades?
Manuela, con toda la paciencia que las redes no le reconocen a su generación, corrigió: “Hola, soy Manuela, no Agostina”. Y aceptó reprogramar. Pero RR.HH. insistió con una convicción que ya rozaba la performance artística: “Perdón, sí Agostina, lo pasamos para una próxima convocatoria”.
Otra vez, ella aclaró: “Manuela es mi nombre”. La respuesta: un lacónico emoticón y un “Disculpas”. Hasta acá, entre tragicómico y extraño. Pero faltaba la secuela.
El regreso de Agostina
Días después, la empresa volvió al ataque con la precisión de un GPS roto: “Hola Agostina, ¿seguís interesada en la propuesta? Podemos reprogramar la entrevista para mañana a las 14:30”.
Ahí sí, a Manuela se le cayó el alma al piso. Tercera vez. No una, no dos. Tres veces se confundieron (?) e ignoraron su nombre. Y la muchacha respondió como cualquier persona harta después de que le pisaran la dignidad con un zapato ortopédico:
“Tercera vez que te digo que no me llamo Agostina. Me parece muy poco profesional este trato, ya no estoy interesada, gracias”.

La empresa intentó recomponer: “Disculpanos Manuela, tuvimos un inconveniente con la agenda y tu número quedó agendado con otro nombre”. Listo, fin del cuento. No sin antes dejar la duda: ¿confundieron a dos candidatas? ¿Copiaron mal un Excel? ¿Es RR.HH. o un bingo nocturno? ¿O simplemente la estaban “boludeando” por querer reprogramar una entrevista laboral?
Las redes: jurado, juez y verdugo
Manuela publicó la captura en X (ex Twitter) con un resignado: “Una quiere conseguir laburo pero posta está muy difícil”. La publicación explotó con más de 12 mil likes y miles de comentarios.
Y ahí, como siempre, apareció el verdadero folclore argentino: la grieta opinóloga. Algunos no pudieron creer el nivel de desprolijidad de la empresa. Otros se apiadaron de Manuela.
Pero otros, los mejores en creatividad tóxica, la acusaron de pertenecer a la “generación de cristal”, esa que “llora porque la llaman por otro nombre”, “quiere trabajo pero sin horarios inconvenientes”, y “se ofende por todo menos por el sueldo mínimo”.
Es decir que para una parte de internet, Manuela debería haber soportado que la llamen Agostina hasta el fin de los tiempos. Para la otra parte, el error no forzado de la empresa, además de confundir su nombre, fue demostrar que manejar una agenda es, aparentemente, más cínico que contratar trabajadores.
¿Error humano o caos organizado?
Más allá del show, el episodio destapó algo que muchos candidatos vienen señalando: la precariedad organizativa de algunas áreas de Recursos Humanos. Confusiones básicas, sobrecarga de tareas, automatización mal usada y entrevistas pautadas como si fueran turnos en una peluquería de barrio.

Pero también dejó en evidencia otra realidad: en tiempos de hiperexigencia, falta de oportunidades y salarios que deberían hacen llorar hasta a la OIT, cualquier chispa, como que te cambien el nombre tres veces, puede prender fuego la paciencia del más zen.
Al final, Manuela perdió una entrevista y ganó un viral. La empresa perdió una candidata y ganó un lindo ejemplo para capacitaciones internas, o quizás lo hizo adrede.
Y las redes, como siempre, ganaron material para seguir discutiendo si la culpa es del mercado laboral o de los jóvenes que, según algunos, “tienen demasiado tiempo para ofenderse y poco para trabajar”.


