El acto de cierre de las facultades delegadas no fue simplemente un repaso de gestión: fue una puesta en escena doctrinaria. Javier Milei convirtió la desregulación en epopeya espiritual, el ajuste en liberación y el Estado en enemigo existencial. Con tono celebratorio y épico, el discurso operó como manifiesto: “Estamos convirtiendo la gran máquina de impedir en una máquina de permitir”, dijo el presidente, mientras agradecía uno por uno a los “gladiadores” de su gabinete.
Ese plural inclusivo abrazaba también a Federico Sturzenegger, el ministro motosierra que reapareció tras haber sido vilipendiado por el propio Milei durante la campaña y con el fracaso de la Alianza y del macrismo sobre las espaldas.
Lo que emergió no fue un balance técnico ni una presentación de logros administrativos, sino una narrativa construida desde la intuición, la convicción y el símbolo. La Torá, San Martín, Milton Friedman y Rothbard fueron invocados a lo largo de 6.300 palabras para darle sentido trascendental al proyecto. “Después de 100 años de que nos estuvieron contaminando la cabeza con el virus colectivista, a la gente le cuesta abrazar las ideas de la libertad”, insistió Milei, transformando el ajuste en cruzada moral.
Este tipo de discurso no es nuevo, pero su intensidad creciente se inscribe en una tendencia global. Según un estudio de 2024 liderado por T. Aroyehun y otros investigadores, los discursos políticos tienden cada vez más a usar lenguaje basado en intuición —emociones, creencias, valores— en lugar de lenguaje basado en evidencia —datos, fuentes, hechos contrastables. Aplicado al caso argentino, la performance de Milei encaja de forma casi perfecta en esa dinámica: abundan las apelaciones emotivas, escasea el soporte técnico.
El estudio fue publicado en Nature Human Behaviour en 2025 analizó 145 años de discursos en el Congreso de EE.UU. y detectó una tendencia clara: desde mediados de los años 70, los legisladores usan cada vez menos lenguaje basado en evidencia —datos, hechos, referencias— y más lenguaje basado en intuición —creencias, emociones, valores personales. Esta deriva retórica se asocia con mayor polarización, menor productividad legislativa y creciente desigualdad.
Un tsunami de datos random
A lo largo del acto, el presidente repitió cifras que no fueron atribuidas ni contextualizadas: reducción de la pobreza en 11 millones de personas, crecimiento trimestral superior al 7%, ajuste del 15% del PBI. Pero más que demostrar, Milei proclama. Su frase “nosotros hicimos en un mes lo que no se hizo en 123 años de historia” condensa el núcleo de la performance: la evidencia importa menos que la convicción.
El Estado aparece descrito como un estorbo, pero también como una amenaza activa: “es una asociación criminal”, “peor que la mafia”, “nos está robando en este mismo momento”. La generalización es total, sin matices. No hay distinción entre prácticas corruptas, estructuras burocráticas o servicios esenciales. Todo se inscribe en la categoría del mal, y todo debe ser destruido. “Ese es el motivo por el cual uno empieza y le aplica la motosierra a todo”, justifica Milei.
En lugar de defender políticas específicas, el discurso construye una identidad de combate. La motosierra no es una herramienta, es una bandera. Desregular se vuelve sinónimo de liberar. Abrazar la libertad implica un acto de fe, como lo hizo “el 20% que decidió salir de Egipto” según la Torá. La gestión se narra como batalla, el gabinete como equipo de cruzados, y la oposición como “casta depredadora”.
El riesgo de este exceso de intuición está documentado: cuando el discurso político abandona los datos y abraza la mística, el diálogo se erosiona, el consenso se diluye y las decisiones se convierten en dogmas. La afirmación “somos el mejor gobierno de la historia argentina” no se discute, se celebra. La realidad no se analiza, se interpreta en clave de redención.
En ese sentido, el acto puede leerse como síntoma: un liderazgo que se autoafirma por convicción más que por resultados, un gobierno que narra su gesta sin contrastes técnicos y una forma de hacer política que se aleja del debate racional. “No den nada por sentado. Tenemos que salir y comernos la cancha todos los días”, instó Milei. La cancha ya no es el Parlamento, la gestión o la opinión pública. Es un campo de batalla donde la intuición manda y la evidencia, simplemente, sobra.
El ránking de palabras que usó Javier Milei
- Estado: 16 veces
- Casta: 10 veces
- Reforma / reformas: 9 veces
- Facultades delegadas: 8 veces
- Constitución: 6 veces
- Motosierra: 5 veces
- Patria / patriótico: 5 veces
- San Martín: 3 veces
- Milton Friedman: 3 veces
- Rothbard: 2 veces
- Torá / Shemot: 2 veces