En un tiempo donde la Semana Santa invita a la introspección, un viejo video volvió a circular con fuerza en redes sociales, tocando fibras profundas tanto en quienes lo vieron en su momento como en las nuevas generaciones que lo descubren por primera vez.
Se trata de la interpretación de “La Saeta”, el poema de Antonio Machado musicalizado por Joan Manuel Serrat, en la voz inconfundible de Camarón de la Isla y con la guitarra estremecedora de Tomatito.
El registro es de 1990, y aún hoy sigue siendo de una belleza que conmueve hasta las lágrimas. Serrat introduce la canción con respeto y admiración, cediendo el escenario a un Camarón sereno pero encendido, que canta como si estuviera orando.
Al lado, Tomatito lo acompaña con una guitarra que no sólo suena: llora, respira, se quiebra en un microclima de pura emoción.
UN POEMA CON POTENCIA HASTA PARA ATEOS
“La Saeta” no es una canción cualquiera. Es un canto tradicional de la Semana Santa andaluza, que se escucha en las procesiones. Suele cantarse a capela, desde los balcones, o al paso de las imágenes religiosas.
En esta versión vuelta nuevamente viral, Camarón no solo interpreta: también suplica, se eleva, se entrega. Su voz, rota y ardiente, parece brotar de un lugar muy íntimo. “¿Quién me presta una escalera, para subir al madero?”, canta, y no hay corazón que no se estremezca.
LA LEYENDA “CAMARÓN DE LA ISLA”
En ese momento, Camarón ya era leyenda viva.
Había revolucionado el flamenco, llevándolo a nuevas formas sin perder su raíz. Su trágico final, muy joven por cáncer de pulmón, dos años después de este registro, no hizo más que elevarlo a altares de toda índole.
Tomatito, su compañero de ruta, era –y sigue siendo– uno de los guitarristas más talentosos del género. Y Serrat, con su sensibilidad poética, supo tender el puente justo entre Machado y la emoción popular.
Que este video haya vuelto a viralizarse en redes no sorprende. Tiene esa mezcla de intensidad y belleza que no necesita traducción.
Muchos jóvenes que jamás escucharon flamenco se quedan hipnotizados por esa escena.
Los mayores, por su parte, se emocionan como si revivieran un viejo recuerdo.
En nuestro país, donde el flamenco no es parte del paisaje sonoro cotidiano salvo entre descendientes andaluces, el video también irrumpe como una revelación. Y eso es lo más poderoso del arte: cuando atraviesa fronteras, épocas y estilos, y toca el alma sin pedir permiso.
En esta Semana Santa, dejarse atravesar por esta interpretación puede ser una forma de silencio, de pausa, de contemplación. Como quien mira una vela encendida en una iglesia vacía. O como quien escucha, por un momento, el eco de algo eterno.