En el mapa de la costa bonaerense, entre el extremo norte de Pinamar y lo que hoy se conoce como Costa Esmeralda, hay una franja de playa, médanos y bosque que parece detenida en el tiempo. Montecarlo, como fue bautizada hace más de un siglo, es uno de los grandes misterios costeros de la Provincia de Buenos Aires: un terreno privado, custodiado, con calles trazadas pero sin construcciones visibles, inaccesible para el común de la gente.
El sueño de un balneario de elite
El origen de Montecarlo se remonta a principios del siglo XX, cuando los primeros loteos de la costa buscaban atraer a la aristocracia porteña.
Inspirados en el glamour del Monte-Carlo europeo, los fundadores proyectaron un balneario de lujo con puerto deportivo incluido. Hubo ventas de parcelas, caminos marcados y folletos que prometían una “Mónaco sudamericana”. El proyecto nunca despegó, pero el nombre quedó grabado como una promesa inconclusa.
Corría 1912 cuando un grupo de ingenieros franceses —François de Roumefort, Albert Grouward y Antoine Bisset— soñó con un “Villa Atlántica” justo al norte de Ostende. En plano se aprobaron cuadrados y diagonales que formaban un balneario modelo. Hoy, esas líneas solo existen en planos y en fotos aéreas: calles trazadas sobre médanos, dormidas bajo el pinar.
Negocios, apellidos y rumores
Durante décadas, el predio pasó de mano en mano. En los 70, según versiones, fue adquirido por una empresa extranjera. Una leyenda urbana sostienen que detrás había capitales argentinos y que parte del dinero provenía del secuestro de los hermanos Born. Lo concreto es que desde entonces, el acceso estuvo restringido: por playa, guardias privados; por la ruta 11, tranqueras y seguridad.
En la práctica, Montecarlo nunca se desarrolló. El predio fue parcelado, pero sin infraestructura, electricidad o agua. Los lotes están en registros legales, pero muchos con títulos imperfectos y sin contrafuerte físico en el terreno. Carteles no hay, pero hay alambrados que advierten: por acá no se entra. Y quienes tratan, terminan frente a casillas de guardias.
Vista aérea actual: se ven claramente las calles trazadas entre médanos y pinos, sin construcciones a la vista. Ilustra el contraste entre urbanismo soñado y naturaleza intacta.
El fantasma de Yabrán
En los 90, en plena expansión inmobiliaria de Pinamar, se instaló el rumor más fuerte: Alfredo Yabrán había comprado Montecarlo para construir el ansiado puerto deportivo.
Durante los días más calientes del Caso Cabezas, la versión creció: que todo formaba parte de una disputa territorial con Eduardo Duhalde.
Un periodista que investigaba el caso recuerda que recibió un llamado de Wenceslao Bunge, entonces vocero de Yabrán, quien le advirtió que si lo dejaban en paz “convertiría Pinamar en la Mónaco de Sudamérica”. Sin embargo, cuando se mencionaba Montecarlo en las crónicas de la época, Bunge estallaba. Para muchos, esa reacción confirmaba que el terreno era más que un simple baldío costero.
Proyectos truncos y custodios invisibles
A pesar de su potencial turístico —playas amplias, dunas altas, vegetación intacta—, ningún plan logró concretarse. Hubo bocetos de barrios cerrados, emprendimientos hoteleros y hasta versiones de un complejo náutico internacional.
Ninguno pasó del papel. Hoy, Montecarlo permanece “cuidado” por una discreta red de vigilancia. No hay carteles, no hay publicidades. Apenas casillas de seguridad que parecen más atentas a impedir curiosos que a resguardar infraestructura.
El Museo de Pinamar recuerda varias estafas: vendedores que plantaban pinitos en tiestos como señuelo, los enterraban para fingir forestación y vendían lotes que desaparecían junto con los árboles. Hoy, hay propietarios —unos 80 según el municipio— con escrituras, pero sin calles ni servicios. El terreno existe “en los papeles” más que en la realidad.
Un patrimonio en disputa
A nivel legal, el lugar es un rompecabezas. Aunque es un área privada, existen sectores bajo discusión patrimonial. El Estado nunca logró recuperar la titularidad ni abrir el acceso público como ocurre en otras playas.
El silencio oficial es tan llamativo como el de los viejos residentes de Pinamar, que evitan hablar del tema o lo despachan con un “ahí no hay nada”.
Entre la postal y la novela negra
Montecarlo es, a la vez, postal perfecta y escenario de novela negra: un paraíso natural que concentra intereses, viejas disputas políticas y un halo de conspiración que crece con cada década sin desarrollo.
Plano histórico (1913): muestra cómo se proyectó Villa Atlántica, más tarde rebautizada Montecarlo — calles ordenadas en cuadrícula sobre dunas vírgenes. Este boceto derivó de los planos aprobados por ingenieros franceses, aunque el plan nunca se concretó.
¿Virgen porque no lo urbanizaron o porque no quisieron? En 2021 el Concejo Deliberante creó una unidad ejecutora para regularizar la titularidad y elaborar un Plan Director. Se diagnosticó que el predio está dividido entre Pinamar S.A, El Martillo y Dunas S.A., con papeles, pero falta claridad jurídica y voluntad. Se discute hacer una “ciudad modelo sustentable”, pero levantar algo ahí implica chocar con invisibles intereses instaurados en silencio.
Es imposible que, en 2025, una franja tan codiciada de playa, mar y dunas siga virgen por mero capricho. Alguien, en algún lugar, se beneficia de que así sea.
Y ahí radica el mayor misterio: no es un abandono, es una preservación selectiva. El paraíso que no fue… y que tal vez, por motivos que nadie explica del todo, nunca será.