Francia es uno de los países más famosos por su producción y consumo de vino, pero en los últimos años se enfrenta a una crisis que amenaza la rentabilidad y la reputación de este sector estratégico.
La caída de la demanda interna, el aumento de la competencia internacional y los efectos de la pandemia de covid-19 le provocaron un excedente de vino que hizo bajar los precios y los ingresos de los vitivinicultores.
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Ante esta situación, el gobierno francés decidió tomar una medida drástica: destinar 200 millones de euros de fondos propios y de la Unión Europea para destruir parte del excedente de vino y convertirlo en alcohol para perfumes y gel hidroalcohólico.
PROTECCIONISMO “AL PALO”
El objetivo es reducir la oferta, sostener el precio y apoyar a los productores, que se ven obligados a vender su vino por debajo del costo de producción.
La medida fue anunciada por el ministro de Agricultura, Marc Fesneau, quien ha declarado que “tenemos que lograr que los precios dejen de hundirse y que los vitivinicultores recuperen sus ingresos”. Según el ministerio, se prevé destilar unos 3 millones de hectolitros de vino, lo que equivale al 2% de la producción anual del país.
Los productores de vino recibirán una compensación económica por cada litro retirado del mercado.
La destilación del vino consiste en separar el alcohol del resto de componentes mediante un proceso de calentamiento y condensación. El alcohol resultante se puede utilizar para fines industriales o sanitarios, como la fabricación de perfumes o gel hidroalcohólico, muy demandado por la crisis sanitaria. El residuo sólido se puede emplear como abono orgánico o como alimento para animales.
Francia gastará 200 millones de euros en destruir vino. Una de las medidas más proteccionistas de la historia
Esta no es la primera vez que Francia recurre a esta solución para hacer frente a una crisis vitivinícola. Ya lo hizo en 2008 y 2009, cuando la Unión Europea autorizó una ayuda excepcional para destilar 5 millones de hectolitros de vino excedentario.
Sin embargo, algunos expertos consideran que esta medida es solo un parche temporal que no resuelve el problema de fondo: la falta de adaptación a los cambios en el mercado y en las preferencias de los consumidores.
¿LA BEBIDA DE LOS PUEBLOS FUERTES?
Según los datos del ministerio, el consumo per cápita de vino en Francia pasó de 100 litros al año en 1975 a 42 litros en 2019. Los jóvenes beben menos vino que sus padres y abuelos, y optan por otras bebidas como la cerveza, el agua o las gaseosas. Además, las exportaciones se vieron afectadas por la guerra comercial entre Estados Unidos y China, dos de los principales mercados para el vino francés. A esto se suma el impacto negativo del cierre de bares, restaurantes y hoteles por las restricciones sanitarias durante la pandemia.
Para hacer frente a estos desafíos, algunos analistas sugieren que los productores franceses deberían apostar por la innovación, la diversificación y la calidad, así como por mejorar su imagen y su comunicación con los consumidores. También deberían buscar nuevos mercados emergentes, como India o Brasil, donde el consumo de vino está creciendo. También que deberían tener en cuenta los efectos del cambio climático, que puede alterar las condiciones de cultivo y la calidad del producto.
Francia se enfrenta a un dilema: ¿debe seguir siendo fiel a su tradición vitivinícola o debe adaptarse a las nuevas tendencias? La respuesta no es fácil, pero lo que está claro es que el vino es mucho más que una simple bebida para los franceses: es parte de su cultura, su historia y su identidad, aunque más lo es el ser proteccionistas.
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