Cuando aún no existía la vacuna, la poliomelitis -popularmente conocida como polio- era prácticamente una sentencia para millones de niños que, en la mayoría de los casos, quedaban con secuelas irreversibles. Así fue el caso de Paul Alexander, el niño de Estados Unidos que en la epidemia de polio de 1952 contrajo la enfermedad y desde entonces vivió en una pesada máquina llamada pulmón de acero que lo ayudaba a respirar. El lunes, con 78 años, dió su último suspiro.
Ese año se infectaron más de 58 mil niños en el país norteamericano, y Paul, que apenas tenía seis años de edad, fue uno de los desafortunados que se contagió del virus en una de sus variantes más severas. La parálisis que produce el mismo le quitó la capacidad de respirar y en Dallas, donde vivía, lo introdujeron en el pulmón de acero, un aparatoso artefacto metálico creado por dos estudiantes de Harvard que, mediante los cambios de presión del aire dentro de la máquina, lograba la expansión y contracción mecánica del sistema respiratorio.
Tres años más tarde, en 1955, Jonas Salk logró inactivar el virus en un laboratorio y desarrolló la primera vacuna, la Salk. Siete años más tarde, Albert Sabin logró un progreso aún mayor y creó una vacuna oral: la conocida “Sabin” que en Argentina recibe todo niño en los primeros meses de vida y que se refuerza en primer grado. Ambos salvaron millones de vidas, y gracias a la inoculación masiva que se realizó en los años posteriores, la enfermedad fue erradicada en todo el mundo.
No dejar que la enfermedad lo derrotara, la decisión de Paul que lo hizo famoso
Para Paul Alexander ya era tarde, y su destino parecía sellado: debía vivir para siempre postrado dentro del cilindro metálico, similar un submarino. Sin embargo, pese a su corta edad, se decidió a no impedirse disfrutar la vida y tener los mismos logros que cualquier otra persona. Con esa determinación aprendió a pintar con la boca, a memorizar las lecciones que recibía en la escuela, se anotó en la secundaria y también en la Universidad para ser abogado.
Eventualmente aprendió a respirar mediante una técnica similar a la de las ranas, lo que le permitió dejar el aparato por breves períodos de tiempo. De esa manera logró recibirse en 1984 y pudo conseguir trabajo en el sistema de Justicia norteamericano. “Siempre quise lograr las cosas que me decían que no podía lograr y alcanzar los sueños que soñaba”, aseguró en una entrevista publicada en 2021. Su tenacidad fue un ejemplo alrededor de todo el mundo, que hoy lo llora.
Conforme pasaron los años y avanzó la tecnología médica, aparecieron nuevas alternativas, más cómodas y viables, para quienes habitaban pulmones de hierro. Sin embargo, Paul decidió continuar con su forma de vida. Con el paso del tiempo se convirtió en uno de los pocos sobrevivientes de la polio que aún vivía en el aparato, pero no el único. Para 2013 quedaban seis sobrevivientes que aún dependían de la máquina. Para 2017 sólo tres. Con su muerte, el único caso documentado que queda es el de Martha Lillard.


