Fue mi primer entrevista en radio, año 2013, una charla de madrugada, una visión del mundo distinta y una forma de vivir también muy distinta. Una época en que los grafiteros y muralistas no eran estrellas como lo son ahora.
En La Plata, nuestra ciudad que respira humedad, rock de sótano y aerosol barato, hay nombres que se escriben en las paredes mucho antes de entrar en los libros. Lumpenbola fue uno de esos. Un grafitero sin redes, sin discurso preparado y sin selfies frente a murales; un tipo que prefería que hablara la pared, la noche y el ruido de la válvula escapando en un psshh furioso.
En sus comienzos nadie sabía bien cómo se llamaba realmente. Algunos juraban que era estudiante de Bellas Artes que se hartó de las cátedras y salió a aprender en las calles. Otros lo ubicaban más cerca del under punk de 7 y 40, donde las bandas ensayan en cuartos húmedos llenos de stickers y olor a kerosene. Lo cierto es que Lumpen —o “Bola”, como lo apodaban los pocos que lo conocieron— grafiteaba como quien escribe un diario personal: impulsivo, crudo, poético y siempre con un dejo de bronca hermosa.

Significado de su nombre artístico
El “Lumpen” viene de lumpenproletariat, un término marxista que alude a sectores marginados del sistema laboral. Él lo eligió conscientemente para reflejar su vínculo con la gente de la calle. “Bola” se relaciona con la idea de rodar por los barrios, de moverse, de pintar donde dice que hay que pintar. Su pieza clave “Lumpen Proletariat” nació de un conflicto en la fábrica Mafisa (Lisandro Olmos) con 103 trabajadores despedidos: pintó su versión de esa lucha y lo donó.

Los primeros rastros
Sus primeras firmas aparecieron cerca del Meridiano V: letras torcidas, casi improvisadas, que parecían hechas a las apuradas para zafar de un patrullero que doblaba por 71. Con el tiempo, esas letras mutaron en personajes deformes, caricaturas de una ciudad que parecía oxidarse más rápido que su aerosol.
Dicen que su pieza más mítica estuvo en un paredón de Tolosa: un dibujo enorme de un pibe con las zapatillas rotas haciendo equilibrio sobre un barrilete negro. Duró dos días antes de que alguien la tapara. Lo efímero fue parte del encanto: Lumpenbola pintaba sabiendo que todo lo que amaba iba a desaparecer.
La escena platense y su sombra
En un ambiente donde conviven muralistas institucionales, colectivos culturales con subsidios y pibes que pintan porque no les queda otra, Lumpenbola era el eslabón salvaje, el que no pedía permiso y tampoco pedía perdón.
Se lo veía a veces cruzando Plaza Rocha con la mochila pesada, o apoyado contra la reja de la Facultad de Bellas Artes. Su estética era eso: stoner, mugrienta, existencial, como si Kyuss hubiera salido a intervenir la Ciudad de las Diagonales.

Los rumores de su muerte
Cuando se corrió la noticia de que había fallecido, sin detalles, sin versiones claras, sin cronistas que confirmaran nada, el mito se volvió carne. Algunos juraron que lo vieron por última vez pintando en Los Hornos. Otros, que se había ido del país. Pero el consenso fue simple: se había ido, y los muros lo extrañaban más que cualquiera.
Nadie sabe si son homenajes o viejos stencils que la lluvia reveló de nuevo. Pero todos coinciden: Lumpenbola es parte del ADN visual de La Plata.
Legado quebrado, pero eterno
No dejó libros, ni entrevistas, ni un manifiesto. Solo paredes. Y en la jungla urbana, eso vale más que cualquier catálogo en papel. Su obra sigue ahí: rota, fragmentada, tachada, reconstruida en la memoria colectiva de una ciudad que ama las historias que empiezan de noche.
Su muerte, dejó un vacío fuerte: planeaba inaugurar un centro cultural (“Taller 321”) para seguir difundiendo arte, pero no pudo ver ese proyecto culminado.
Lumpenbola fue (y es) el grafitero que convirtió lo marginal en poético, lo invisible en un acto de resistencia estética, y lo cotidiano en una especie de rezo callejero.
Guía de murales emblemáticos de Lumpen Bola en La Plata
Mural de los patrimonios de La Plata (Esquina 6 y 46, La Plata.)
Representa edificios clave de la ciudad (Estación de trenes, Palacio Municipal, Museo de Ciencias Naturales, Diagonal 73 con jacarandás, plazas) para hacer visible el patrimonio urbano desde la pared.
Fue pintado junto a Inés Pacheco.
Mural de ídolos de Gimnasia y Estudiantes (Complejo deportivo “El Volcán” 45 entre 17 y 18).
Retrata figuras históricas de los dos clubes de La Plata: Maradona, Troglio, Griguol, Bilardo, Verón, Sabella, entre otros.
La obra une íconos de los dos equipos como una manera de representar la pasión platense por el fútbol y su identidad.
Mural dedicado a Luis Alberto Spinetta (Diagonal 73 entre calles 19 y 20)
Es un homenaje al “Flaco” Spinetta, con un fragmento de su canción Bajan (“Tengo tiempo para saber…”) integrado al mural.
Combina retrato + simbolismo de raíces (árboles, raíces) que evocan la conexión entre lo musical y lo natural.

Mural del Papa Francisco (Muro externo de la parroquia Nuestra Señora de la Salud, entre calles 67 y 138, en Los Hornos)
Es el primer mural dedicado al Papa Francisco en La Plata, y también incluye la figura de la Madre Teresa de Calcuta y Nelson Mandela.
Mural de Carlos Gardel (Esquina de las calles 67 y 138)
Se hizo en paredones de un depósito, reutilizando espacios olvidados para llenarlos de arte.


