La noche del domingo en LN+ dejó una de esas postales que, si no existieran los recortes virales, muchos creerían que fueron inventadas y nunca existieron en el campo de lo real. En La Cornisa, Luis Majul volvió a desplegar su eterna vocación de operador con ínfulas de profeta político y, fiel a su estilo, se lanzó a “analizar” nada menos que la presunta “descomposición del peronismo”.
Hasta ahí, nada nuevo. Lo verdaderamente inolvidable fue a quiénes convocó para sostener semejante tesis: el actor antiperonista Marcelo Mazzarello y La Pepona Iñaki Gutiérrez, el joven encargado de los TikTok de Javier Milei, elevado (por obra y gracia del conductor televisivo) al rango de especialista político.
No es el qué, es el quién
La escena fue tan absurda que en redes osciló entre la carcajada y la indignación. Porque una cosa es discutir el estado del movimiento político más grande del país y otra, muy distinta, es pretender hacerlo con un influencer presidencial que se hizo famoso por videítos verticales y un actor cuya relación con la política se limita, básicamente, a putear al peronismo cada vez que encuentra un micrófono.
Majul, sin embargo, los presentó como si estuviera a punto de escuchar a dos premios Nobel en paralelo.
Para colmo, lo hizo con una solemnidad digna de una cumbre de expertos internacionales. Con gesto grave, lanzó su hipótesis: “el peronismo está en descomposición”.
Y acto seguido, en lugar de buscar datos electorales, académicos, o al menos a alguien que haya leído un libro de historia argentina, le cedió la palabra a La Pepona, auténtico prodigio del análisis político de “veintipocos años”, cuya principal experiencia profesional es copiar y pegar recortes del Presidente para TikTok.
Gutiérrez, acomodado en su rol de opinólogo improvisado, desplegó un “pormenorizado” análisis (según Majul) que consistió básicamente en explicar lo que él cree que pasa en el país.
Nada de evidencia, nada de rigor, nada que se acerque remotamente al método. Apenas un chico diciendo lo que Milei quiere escuchar, y un presentador tratando de maquillarlo como pensamiento profundo.
El actor que opina más de lo que actúa
Del otro lado estaba Mazzarello, quien aportó su habitual tono de indignación performática. Su participación fue lo más parecido a un sketch, aunque el conductor insistió en tratarlo como si fuera un politólogo de trayectoria.
Con eso, la caricatura estuvo completa: Majul, desesperado por validar su tesis, rodeado de dos perfiles que ningún productor serio habría elegido para un debate de semejante envergadura, y que además odian abiertamente al peronismo. Es como convocar al Tano Pasman a desmenuzar las decisiones de Riquelme en Boca.

Mientras tanto, la realidad que Majul se niega a mirar es bastante simple: el peronismo, si bien no triunfó, lejos de estar “en descomposición”, acaba de pasar por elecciones donde volvió a demostrar un piso electoral sólido, superior al 40% en la provincia de Buenos Aires, el distrito más populoso del país.
Pero en lugar de enfrentar esa incomodidad, el conductor prefirió inventarse un panel a medida, donde nadie lo contradijera.
El resultado fue un espectáculo tan bizarro que terminó funcionando como una parodia involuntaria del periodismo político. Una demostración más de esa costumbre tan LN+ de disfrazar militancia como análisis y de vender opinión como si fuera ciencia.
Y sobre todo, de esa extraña habilidad de Majul para convocar a los “expertos” menos expertos, siempre y cuando digan lo que él necesita escuchar. Una descomposición, sí, pero no del peronismo. Del periodismo.

