Mientras los jóvenes de familias acomodadas en nuestro país luchan con la lectura y su formación, sus pares regionales avanzan. En la Argentina de hoy, el eco de una frase presidencial de antaño resuena con una ironía mordaz. “Los niños ricos que tienen tristeza“, decía Carlos Menem, en un intento de humanizar la percepción de la opulencia.
Sin embargo, las lágrimas de hoy no son de tristeza, sino de frustración ante un sistema educativo que parece fallar incluso a los más favorecidos.
LOS RICOS DE POBRE FORMACIÓN
Según el último informe del Observatorio de Argentinos por la Educación, el 32% de los estudiantes argentinos de 15 años pertenecientes al cuartil más alto no alcanzan el nivel mínimo de lectura en las pruebas PISA.
Esta cifra no solo supera la media regional, sino que coloca a nuestro país en un grupo selecto de naciones donde la riqueza no se traduce en educación.
Estos resultados son peores que los de países como Chile, Uruguay, Colombia, Perú y México que presentan resultados más alentadores, con un porcentaje significativamente menor de estudiantes acaudalados debajo del umbral mínimo.
Chile (15%), Uruguay (20%), Colombia (24%), Perú (27%) y México (27%)
La pregunta que surge es inevitable: ¿qué tienen estos países que Argentina parece haber perdido?
La respuesta podría estar en la inversión, tanto económica como cultural, en la educación. Mientras que en otros países de la región se observa un crecimiento sostenido en la calidad educativa, aquí todo parece estancarse inclusive para “infancias acaudaladas”.
El contraste es también marcado cuando se observa el extremo opuesto del espectro socioeconómico, en donde 7 de cada 10 alumnos del cuartil más bajo también fallan en alcanzar el nivel mínimo requerido. La brecha es abismal y parece ensancharse con cada año que pasa.
LA ‘LETRA CHICA’ DE LAS PRUEBAS PISA
Los “más favorecidos” paradójicamente se encuentran entre los “menos favorecidos” de la región. Los estudiantes del cuartil más rico solo superan a sus pares en República Dominicana, El Salvador, Guatemala y Paraguay. Una realidad que pone en tela de juicio no solo la eficacia de la educación nacional, sino también la equidad de sus oportunidades.
La tristeza dorada de los niños ricos argentinos no es más que el reflejo de un sistema que necesita urgente reforma. No basta con tener los medios si no se sabe cómo utilizarlos. La educación, esa gran igualadora, hoy parece ser un lujo que incluso el dinero no puede comprar.
En este contexto, la frase de Menem adquiere un nuevo significado, uno que va más allá de la empatía y toca la fibra de una problemática social profunda. No es la tristeza lo que aflige a estos niños, sino la desesperanza de un futuro que, a pesar de su brillo superficial, se muestra incierto y desalentador.