El 8 de agosto fue la última vez que Manuel Adorni se paró frente a los micrófonos en la Casa Rosada. Con su habitual traje oscuro, corbata celeste y gesto de “todo bajo control”, el vocero presidencial cerró la conferencia diaria y desde entonces no volvió a mostrarse en público.
Entre el silencio y un tuit solitario
Durante ese interregno, Adorni también interrumpió su programa de streaming —esa especie de Diario de Irigoyen donde desplegaba análisis a medida— y redujo su actividad en redes. De hecho, pasó de “tuitearse encima” todos los días a escribir hace un par de jornadas una única frase críptica:
“El tiempo es el único juez que siempre revela la verdad. Fin”.
Un mensaje que, lejos de aclarar, alimentó la sensación de que el vocero había decidido correrse del centro de la escena justo cuando más se esperaba que hablara.
Los días que pedían el guión
La ausencia se volvió insólita por el contexto. En esas semanas ocurrieron dos hechos que exigían explicaciones oficiales:
13 de agosto: Argentina superó el centenar de muertes vinculadas al consumo de fentanilo, una estadística inédita y alarmante.
22 de agosto: estalló el escándalo de coimas en la ANDIS, a partir de audios donde el entonces titular del organismo, Diego Spagnuolo, menciona entre varios funcionarios más a Karina Milei, hermana del Presidente, como receptora de retornos por la compra de medicamentos destinados a personas con discapacidad.
Spagnuolo fue echado en cuestión de horas, pero la explicación política nunca llegó. Ni Javier Milei, ni Karina, ni Adorni dieron la cara.
El juego del “missing Adorni”
En redes sociales, la desaparición se convirtió en una especie de meme colectivo. “SE BUSCA – MANUEL ADORNI. Última vez visto: 8 de agosto. Rasgo distintivo: responde todo con un ‘lo estamos evaluando’”, ironizó un usuario en X.
Otros bromearon con carteles del Lejano Oeste, comparaciones con mascotas perdidas y hasta mensajes de falsa nostalgia: “Buen día @madorni, estás muy callado estos días. Te extrañamos. Volvé”.
El silencio que dice demasiado
El escándalo de la ANDIS golpea directo en el corazón del poder libertario. Karina Milei, apodada “El Jefe”, quedó asociada en los audios de Spagnuolo a maniobras de corrupción con medicamentos. El silencio de toda la cúpula presidencial frente a un caso que involucra a su núcleo familiar transmite más que cualquier conferencia: comunica abandono.
Un vocero sin voz
Adorni había construido un rol central en el esquema de comunicación oficial. Su estilo consistía en suavizar malas noticias, convertirlas en anuncios aceptables y blindar al Presidente frente a preguntas incómodas. Sin embargo, cuando las malas noticias apuntaron directamente a la familia Milei, el recurso se agotó.
Ni conferencias, ni streaming, ni tuits. Solo un mensaje enigmático que más parece un epitafio político que una defensa.
Más allá del misterio sobre el paradero del vocero, la ausencia expone algo más profundo: no hay nadie que explique, defienda o intente ordenar el discurso oficial.
En un gobierno que hizo de la comunicación un arma central, el silencio de Adorni deja a Javier Milei como único emisor visible. Y cuando habla, lo hace sin filtros, con el riesgo de que cada frase abra un frente nuevo.
Por ahora, el vocero sigue desaparecido, Karina Milei no se pronuncia y los audios siguen circulando. El gobierno que prometía transparencia atraviesa su mayor crisis con la herramienta más básica fuera de juego: la palabra.