El gesto fue simple, aunque cargado de sentidos. En plena Navidad (según lo expuesto por él mismo), el historietista Cristian “Nik” Dzwonik compartió en sus redes sociales una imagen personal: posando con un mameluco de YPF que, explicó, le habían regalado como obsequio navideño. La foto no parecía improvisada. El encuadre, la sonrisa y la elección de la prenda remitían a algo más que a la mera exhibición de un regalo festivo.
El detalle no pasó inadvertido. Nik, de origen judío, eligió inscribir la imagen dentro de una celebración ajena a su tradición religiosa, pero central en el calendario simbólico occidental.
La mención explícita a la Navidad funcionó como marco emotivo y, al mismo tiempo, como contexto ideal para mostrar un objeto con una carga política reconocible.
Un regalo con mensaje
El overol de YPF no es una prenda neutra. En los últimos meses se convirtió en un elemento recurrente en la puesta en escena del presidente Javier Milei, quien lo utiliza con frecuencia en actos oficiales y recorridas públicas.
El mameluco aparece asociado a ideas como el trabajo, la producción y una supuesta austeridad, integrándose al relato visual del actual gobierno.

Que Nik haya elegido ese mismo símbolo para una postal personal no fue una selección menor. La imagen dialogó de manera directa con ese imaginario, sin necesidad de consignas ni declaraciones explícitas. Basta con la foto. Cuando la comunicación política se apoya cada vez más en gestos, el mensaje quedó explícito.
Del humor al gesto
Figura conocida del humor gráfico argentino desde hace décadas, Nik trascendió largamente a su personaje más famoso y pasó a ocupar un lugar destacado por sus intervenciones públicas.
En los últimos años, su presencia en redes sociales fue desplazándose del terreno del chiste hacia un posicionamiento cada vez más político, donde el guiño reemplazó a la sátira.

La publicación del mameluco reforzó esa deriva. Esta vez no hubo viñetas ni ironías, sino una imagen que condensó afinidades. Para un autor cuestionado reiteradamente por su falta de originalidad, el recurso volvió a ser el mismo: menos elaboración artística y más cercanía con el poder.
En ese sentido, la foto pareció confirmar una tendencia. El humor quedó en segundo plano, mientras el gesto ocupó el centro de la escena. Sin decirlo, la imagen dijo todo. Como si el mensaje no necesitara palabras, apenas un uniforme reconocible y una sonrisa frente a cámara.

Así, la postal navideña terminó funcionando como una síntesis involuntaria de época: un humorista sin chiste, un símbolo estatal convertido en atuendo personal y un silencio elocuente que, sin explicitarlo, dejó clara una alineación. En definitiva, una imagen donde el arte cedió espacio al gesto y donde “el humor dejó de incomodar” para simplemente acompañar.

