En Trenque Lauquen y en estas fiestas, la noticia fue que 200 familias pudieron cenar en Nochebuena, pero por sobre todo la forma en que eso ocurrió. Un recolector de residuos, su aguinaldo y una parrilla encendida durante horas en el Club Monumental, dieron la nota que trascendió las fronteras del distrito bonaerense.
El trabajador municipal Gonzalo Bravo decidió hacer algo concreto frente a una necesidad inmediata, en un contexto donde la ayuda no llega por vías formales.
Una promesa cumplida desde abajo
La escena central se dio el miércoles previo a Navidad. Desde temprano, Gonzalo se puso al frente de la parrilla y cocinó 200 pollos que compró íntegramente con el dinero de su aguinaldo.
Días antes había contado su idea en redes sociales. Quería garantizar una cena navideña para quienes no la iban a tener. Sin ser una consigna ni una campaña, se trató, como él mismo dijo, de “una promesa que había que cumplir”.
La iniciativa no tardó en crecer. Vecinos y vecinas que conocieron la propuesta se acercaron para colaborar, donando chorizos, carne, pan y tiempo.
Lo que empezó como una acción individual se transformó en una red espontánea de ayuda, organizada sin estructura formal pero con un objetivo que era puntual, que nadie pasara la Navidad sin un plato de comida.
La logística de una necesidad urgente
Mientras algunos ayudaban en la cocción, otros se encargaron del fraccionamiento y la distribución. Parte de las viandas se retiraron en el club y otra parte fue llevada directamente a distintos barrios de la ciudad, especialmente a zonas donde la precariedad es una constante.

Sin intermediarios ni filtros. La urgencia marcó el ritmo y la organización se sostuvo en la confianza y el conocimiento del territorio.
Gonzalo tampoco delegó su rol. Estuvo al frente de la parrilla durante horas, coordinó tareas y participó del reparto. La idea nunca fue únicamente la de donar dinero. El afán siempre fue poner el cuerpo. En cada entrevista repitió una idea simple: “si uno puede ayudar, no hay mucho que pensar”. Detrás de esa frase, sin embargo, se esconde una realidad más compleja.
Solidaridad como respuesta a la ausencia
Que un trabajador con ingresos modestos decida resignar su aguinaldo para cubrir una necesidad básica expone algo más que generosidad. Habla de un escenario donde la contención social depende cada vez más del esfuerzo individual y colectivo de quienes también están ajustados.

La solidaridad aparece ya no como gesto excepcional, es más una respuesta obligada frente a la falta de políticas que lleguen a tiempo.
Gonzalo recorre la ciudad todos los días por su trabajo de sacar la basura del entramado urbano. Ve de cerca la desigualdad, conoce las calles y las casas donde las fiestas llegan sin brindis.
Su decisión nació de algo más que una abstracción, se trató de una experiencia cotidiana. En ese sentido, su historia deja de ser aislada, porque se inscribe en una serie de acciones similares que se repiten en distintos puntos del país, siempre impulsadas desde abajo, “desde el pie“.
El reconocimiento y la pregunta incómoda
La historia tuvo repercusión en medios locales y nacionales, que destacaron el número de cenas, la pollada solidaria y la imagen del recolector cocinando para otros.
El reconocimiento fue inmediato. Sin embargo, quedó flotando una pregunta que rara vez se formula con claridad: ¿por qué estas respuestas surgen casi exclusivamente de la gente común y no de estructuras estatales consolidadas?

La pollada solidaria de Gonzalo en Trenque Lauquen resolvió una urgencia concreta. Las familias comieron, la mesa estuvo servida y la Navidad fue un poco menos dura. Pero también dejó a la intemperie un hueco.
Porque cuando la solidaridad se vuelve indispensable para garantizar lo básico, deja de ser una virtud para convertirse en un síntoma. Y en ese síntoma, más que épica irreprochable, hay una advertencia que sigue esperando respuesta colectiva y no únicamente embates individuales.

