La noche del martes, en el debate de candidatos a legisladores porteños en el Canal de la Ciudad, tuvo su propio protagonista en las sombras. No fue ningún aspirante al recinto, sino Santiago Caputo, el asesor presidencial sin decreto, sin cargo oficial, sin firma… pero con más poder que muchos ministros.
Se lo vio merodeando el set con ese estilo que ya es marca registrada: mascando chicle con la boca abierta, cigarrillo en la boca al estilo Humphrey Bogart—como si fuera una extensión de su personaje— y esa actitud de villano cool, tipo Tommy Shelby en versión libertaria, que ya no oculta sino que cultiva.
La cara visible de un poder en las sombras
En una escena que ya se viralizó, Caputo se cruzó violentamente con un fotógrafo del diario Tiempo Argentino por el simple acto de apuntarle el lente.
El asesor, que parece no tolerar ser captado pero paradójicamente dirige como titiritero la comunicación del Gobierno, avanzó sobre el joven trabajador de prensa Antonio Becerra Pegoraro y le sacó una foto a su credencial con el celular.
El gesto fue intimidante, casi mafioso. No porque gritara o empujara —no hace falta—, sino porque cualquiera que sabe cómo funcionan los hilos del poder libertario entiende que Caputo tiene injerencia en organismos como la SIDE o la AFIP. O sea, puede hacerte la vida imposible sin que aparezca jamás su nombre en ningún papel.
El Ninguneo a Ramiro Marra
Pero eso no fue todo. En el mismo hall, se topó con Ramiro Marra, viejo aliado y uno de los fundadores de La Libertad Avanza, hoy convertido en adversario tras su expulsión del partido.
El diálogo fue escueto pero cargado de tensión. “Maleducado no soy“, le espetó Caputo con esa mezcla de superioridad y desdén, dejando a Marra visiblemente incómodo, sin reacción, balbuceando un “no, no” que no convenció ni a los presentes.
El gesto corporal del asesor fue elocuente: media vuelta, espalda y corte de rostro. Como quien no discute con exsocios sino que los relega al olvido.
La prensa, el gran enemigo
El tercer episodio de la noche completó la postal del personaje. En plena vía pública, un periodista de La Nación+ intentó preguntarle sobre un eventual encuentro con Mauricio Macri. La respuesta, escueta y gélida: “No hablo con la prensa“.
Ni siquiera miró al periodista. El desprecio con el que lo pronunció, sin levantar la voz, lo dijo todo. Lo que sorprende es que del otro lado no hubo repregunta, ni objeción… Solo silencio, acatamiento. Como si su mudez fuera una orden.
Caputo no necesita hablar ni firmar para mandar. Su poder se construye en el murmullo, en el mito, en ese perfil de “asesor sin cargo” que opera desde las penumbras.
Poco se lo ve en actos oficiales, pero mueve los hilos estratégicos del gobierno de Javier Milei, junto a Karina, la hermana del presidente, en lo que internamente llaman “el triángulo de hierro”. De los tres, él es el más oscuro. Se mueve como si fuera intocable, y parece que lo es.
Hasta su rostro es parte del mito. Las fotos que logró el fotógrafo de Tiempo Argentino, a pesar del intento de amedrentamiento, circularon rápidamente. Primerísimos primeros planos que muestran no solo una mirada desafiante, sino también los rastros visibles de varias cirugías plásticas. Es parte del disfraz: una cara que no expresa, que no delata, que se mantiene siempre en una rigidez casi de póker.
La noche del martes confirmó lo que muchos ya sabían pero pocos se animan a decir: Santiago Caputo no necesita un cargo para ejercer poder. Su sola presencia alcanza para que la prensa calle, los exaliados se incomoden y los fotógrafos, si tienen suerte, disparen rápido antes de ser apretados.
Porque en este Gobierno que hace alarde de su escenográfica transparencia, el verdadero poder se disfraza de asesor sin firma y se pasea mascando chicle entre los candidatos pareciendo repetir “Puestos menores”.