La historia vuelve a repetirse como tragedia. En nombre de la eficiencia, la apertura y la libertad de mercado, una vez más la industria nacional es la que paga el precio más alto. Esta vez, el caso tiene nombre y apellido: Marechiare, la tradicional fábrica de Mar del Plata de conservas de pescado, que anunció el cierre de su planta industrial y la migración hacia un modelo basado en la importación de productos del exterior.
No es la primera vez que este tipo de situaciones pasan en el país . Ya ocurrió en los ‘70 bajo el ala del autodenominado “Proceso”, en los ‘90 con el menemismo y su convertibilidad, y entre 2015 y 2019 durante el macrismo. Ahora, la historia vuelve a cobrar víctimas.
ADIÓS PRODUCCIÓN LOCAL
La firma, que hasta enero producía localmente en su planta del puerto de Mar del Plata, abrió un plan de retiros voluntarios para sus 45 trabajadores, quienes, desde hace meses, solo “cumplen horario” sin producción efectiva.
“La fábrica no trabaja desde fines de enero y se encuentra en garantía horaria. Esta situación vemos que se mantendrá por un periodo prolongado”, explicó a 0223 y La Nación el director del grupo, Federico Angeleri.
Lo que antes se elaboraba en suelo bonaerense, ahora llegará desde otros países, enlatado y listo para vender. Sin trabajadores, sin producción local, sin industria.
Angeleri fue claro en su diagnóstico: “Estamos produciendo a costos 25% por encima de los valores de venta. Sumado a esto, la apertura económica que está llevando adelante el gobierno nacional nos pone a competir con productos importados muy baratos que llegan a la góndola a precios que están por debajo de nuestros costos. No nos queda otra opción que sumarnos a esta ola”.
Pero lo más preocupante no es solo la historia de Marechiare. Es lo que representa. Esta política que promueve un mercado “abierto al mundo”, sin ningún tipo de regulación o defensa de la industria nacional, empieza a mostrar sus efectos: empresas que dejan de fabricar y pasan a importar, trabajadores sin futuro, y un país que abandona su capacidad productiva para convertirse en intermediario de productos ajenos.
A “LLA” INVERSA DE TRUMP
Mientras países como Estados Unidos, incluso bajo gobiernos de derecha como el de Donald Trump, adoptan posturas proteccionistas que buscan preservar la producción nacional mediante aranceles y restricciones a las importaciones, en Argentina se sigue el camino inverso.
Aquí se bajan impuestos para los productos extranjeros mientras se mantiene una carga impositiva alta sobre los nacionales. El resultado: el mercado local se inunda de productos más baratos fabricados afuera, y las empresas argentinas se ven obligadas a cerrar o reconvertirse en meras importadoras.
“No hay acompañamiento del Gobierno. Migrar hacia un modelo basado en productos importados es la única alternativa que nos queda”, insistió Angeleri. Y así, lo que se construyó con décadas de esfuerzo e inversión, se desarma en pocos meses.
En el fondo, este no es solo un problema económico. Es un problema de modelo de país.
¿Queremos una Argentina que produzca, genere empleo y agregue valor? ¿O una que simplemente venda lo que otros fabrican?, según Kristalina Georgieva del FMI, éste último debería ser el modelo del continuismo.
La historia ya mostró las consecuencias de ese (ahora publicitado) segundo camino. Lo que ocurre hoy en Mar del Plata debería ser una señal de alerta. Porque sin industria no hay trabajo, y sin trabajo, no hay futuro.