El día después del triunfo legislativo de La Libertad Avanza, dos noticias sacudieron al mundo laboral argentino y sembraron interrogantes sobre el rumbo que viene. De un lado, la fintech Ualá, dirigida por el empresario Pierpaolo Barbieri, anunció el despido de 110 empleados, lo que equivale al 8% de su plantilla total.
Del otro, la multinacional sueca SKF comunicó el cierre definitivo de su planta en Tortuguitas, dejando en la calle a 150 trabajadores tras 90 años de producción local.
Ambas decisiones, comunicadas apenas horas después de la victoria electoral del oficialismo libertario, comparten un comunicación milimétricamente estudiada de “eficiencia” y “reconversión”. Pero también dejan flotando una pregunta que sobrevuela los pasillos sindicales y las redes sociales: ¿se trata de simples coincidencias o de un síntoma de envalentonamiento empresario ante el nuevo clima político?
Ualá: la automatización como bandera
La fintech fundada por Barbieri, una de las caras visibles del empresariado simpatizante de Javier Milei, explicó que los despidos responden a la “búsqueda de una mayor eficiencia regional” y a la “automatización de tareas”.
Según la empresa, se trata de un ajuste puntual, sin nuevas rondas previstas, y los trabajadores recibirán acuerdos “por encima de los requisitos legales”.
No es el primer achique en la historia reciente de Ualá. En mayo de 2024 ya había recortado 140 empleados, un 9% de su plantilla, tras la adquisición de Wilobank en Argentina y ABC Capital en México. Aquellas compras le otorgaron licencias bancarias, pero también duplicaron puestos.
El discurso de Barbieri, que suele alinearse con los postulados libertarios sobre desregulación y meritocracia, encuentra ahora un correlato práctico: automatización, recorte y eficiencia como valores de gestión.
La coincidencia temporal con el triunfo de Milei no pasó inadvertida entre los analistas. Algunos la leen como una señal de confianza en un gobierno que promueve la flexibilización laboral y la reducción del “costo empresario”.
SKF: una multinacional que se va pero no pierde
Mientras tanto, en el conurbano bonaerense, la historia fue más cruda. SKF, una de las fabricantes de rodamientos más antiguas del país, cerró su planta de Tortuguitas tras nueve décadas de actividad.
La empresa no atraviesa una crisis: según sus balances globales, en 2024 facturó más de 9.300 millones de dólares con un margen operativo del 13,5%. Sin embargo, decidió trasladar la producción a Brasil y reconvertirse en importadora.
Lo más insólito fue la forma en que los empleados se enteraron: por un video en YouTube, sin reunión previa ni comunicación oficial. “Nos enteramos por redes sociales que íbamos a perder el trabajo. Es una falta total de respeto”, contó un operario.
El secretario general de la UOM, Abel Furlán, responsabilizó al Gobierno nacional por permitir una apertura comercial que “castiga la producción y favorece la importación”. El Ministerio de Trabajo bonaerense intervino para garantizar las indemnizaciones, pero admitió que las decisiones estructurales “se definen en otro nivel”.
Desde ADIMRA, la entidad que nuclea a los industriales metalúrgicos, alertaron que el caso de SKF “es parte de un proceso de desindustrialización en marcha”, con una caída del 5,2% interanual en la producción y el uso de capacidad instalada más bajo desde 2020.
¿Coincidencia o clima de época?
En conjunto, los más de 250 despidos ocurridos en un solo día reflejan algo más que simples ajustes empresariales. Tanto Ualá, en el mundo fintech, como SKF, en la industria metalúrgica, parecen actuar bajo un mismo paradigma de época: menos regulación, más automatización y la idea de que el trabajo es un costo que se puede “optimizar”.
El contraste con el clima político es inevitable. Mientras el oficialismo celebraba el respaldo en las urnas y prometía “más libertad para producir”, dos empresas de distinto perfil ejecutaban decisiones que liberaban —en el sentido más literal— a cientos de trabajadores.

