El mensaje de las últimas horas del Papa León XIV dirigido al empresariado argentino provocó impacto por su advertencia sobre la necesidad de pagar salarios justos, y además porque eligió un nombre para encarnar su pedido: Enrique Shaw, empresario bonaerense, referente del humanismo cristiano y uno de los pocos laicos argentinos con proceso de canonización en marcha.
Al destacarlo, el Papa buscó mostrar que existe un modo de hacer empresa donde la rentabilidad no se construya a costa de la dignidad de las personas.
León XIV habló de evitar la mirada “economicista” y de orientar la economía al bien común. En ese contexto, su cita a Shaw no fue casualidad: fue una señal directa.
Para el Papa, la figura del famoso hombre de negocios que se desarrolló en territorio de la Provincia de Buenos Aires demuestra que el liderazgo empresario no necesita desconectarse de la ética ni del compromiso social. Su vida (y sus decisiones concretas) son la evidencia.
Un dirigente que humanizó la industria
Nacido en 1921 y formado en la Escuela Naval, Enrique Shaw ingresó de joven al mundo corporativo y rápidamente se convirtió en un dirigente influyente.
Buena parte de su vida profesional transcurrió en territorio bonaerense, sobre todo en su trabajo en Rigolleau S.A., la histórica cristalería de Berazategui.
Allí ejerció funciones directivas de peso y puso en práctica muchas de las políticas que la Iglesia luego destacó: planes de formación continua, mecanismos de promoción interna, cuidado sanitario para los trabajadores y un diálogo constante (insólito para la época) entre conducción y operarios. Para Shaw, una fábrica no era un engranaje productivo: era una comunidad humana.
Su compromiso social y su fe se volvieron inseparables. Fundó la Asociación Cristiana de Dirigentes de Empresa (ACDE), publicó textos de referencia sobre ética empresaria y mantuvo una postura pública coherente incluso en años difíciles para él.
Durante las tensiones entre el peronismo y la Iglesia en los cincuenta llegó a ser detenido. Pese a ello, jamás abandonó su convicción de que la empresa debía servir al desarrollo humano integral.
En 1962 murió víctima de un cáncer, pero su legado siguió creciendo. En 2021 fue declarado Venerable, lo que para la Iglesia confirma que vivió las virtudes cristianas de manera heroica. Es esa consistencia (más que sus cargos o su éxito económico) lo que hace que hoy Roma lo considere ejemplo para los dirigentes en proceso de santificación.
Un protagonista en los orígenes de Pinamar
Además de su trabajo industrial, Shaw tuvo un rol fundamental en la planificación urbana bonaerense a través de Pinamar S.A., la empresa desarrolladora del balneario fundado por su suegro, el arquitecto Jorge Bunge.
Tras el fallecimiento de Bunge, Shaw asumió primero como síndico, luego como director y finalmente como vicepresidente del directorio, en ejercicio de la presidencia.
Desde ese lugar impulsó la continuidad del proyecto de “ciudad jardín”, defendiendo la forestación de médanos, la planificación a largo plazo y un crecimiento urbano armónico.
Su mirada, siempre ligada al cuidado de la comunidad, buscaba preservar el espíritu original de Pinamar como un entorno habitable y sostenible, no sólo turísticamente rentable.
Su presencia en la ciudad hoy se recuerda en su plazoleta y una calle con su nombre, integradas al tejido urbano como reconocimiento a su aporte. La familia Shaw, heredera de la visión urbanística de los Bunge, continuó participando activamente en la consolidación cultural y social del municipio costero.

