Sin ningún tipo de experiencia previa en la montaña y completamente sola, Emilia Pachado (28), graduada en la Universidad Nacional de La Plata (UNLP), llegó al Parque Provincial Aconcagua el 27 de enero pasado para iniciar su proyecto, “Tortuga en bicicleta”, que consistía en ascender en solitario la cumbre más alta de Latinoamérica, cargando en la espalda a “Hulk”, su bicicleta. Pese a que le impidieron llegar a la cima con la bici, logró algo sin precedentes: se convirtió en la primera mujer en llegar “en solitario” y sin ningún tipo de asistencia.
Tras recibirse de odontóloga en la UNLP en diciembre de 2021, la joven oriunda del partido bonaerense de Almirante Brown quiso celebrar a su modo y cambió la fiesta, los tragos y la música fuerte por la aventura en el imponente “centinela de piedra”.
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Emilia, que entrena judo en el club Estudiantes de La Plata y además es ciclista, tenía pensado inicialmente ascender haciendo mountain bike, aunque mientras planificaba la travesía, un guía de montaña le informó que eso estaba prohibido desde hace 30 años.
Como no quería que “Hulk” faltara en la foto que se sacaría al llegar a la cumbre, buscó alternativas y pensó que, si no subía andando en bici, podría al menos llevarla a cuestas. Fue así que su padre elaboró una estructura de hierro que se ajustaba a la espalda y le permitía cargar el rodado sobre sus hombros.
Sin embargo, apenas llegó al Parque Provincial, empezaron a aparecer las complicaciones. Al pasar por el Centro de Visitantes Horcones, donde está la base de los guardaparques, uno de los guardaparques se acercó a ella y, al verla con la bici en la espalda, empezó a inspeccionarla de arriba abajo. “Daba vueltas alrededor mío tipo perro y, cuando quedó atrás mío, empezó a sacudir la bicicleta que estaba enganchada a la estructura y, por lo tanto, también me sacudía a mí. Me dijo que estaba buscando dónde la tenía suelta y yo le expliqué que estaba toda precintada, que no había forma de usarla, pero él seguía desconfiando”, relata Pachado en diálogo con INFOCIELO.
Tras varios minutos de discusión, el empleado del Parque le dio permiso para continuar cargando la bicicleta, aunque con una condición. “Me dijo ‘algo te tengo que sacar para que no la uses, te saco el pedal o te tengo que cortar la cadena’”, comenta la odontóloga y ciclista de Almirante Brown, que optó por la opción de dejar el pedal.
Superado el primer escollo, vendría un nuevo contratiempo. Luego de caminar alrededor de 7 kilómetros y, estando a mitad de camino de Confluencia —primer campamento de montaña en la ruta que los montañistas toman hacia la cima del cerro—, se acercó otro guardaparques y le informó que había superado el límite horario permitido para circular por la zona y que debía regresar al punto inicial.
Masticando bronca, volvió a hacer el mismo camino al día siguiente y llegó al campamento de Confluencia, situado a unos 3.200 metros sobre el nivel del mar. El entusiasmo duraría poco para la joven aventurera, a quien le comunicaron que, por decisión de los encargados del Parque, debía dejar allí su bicicleta o pagar 1850 dólares para que un helicóptero la transportara hasta la cumbre.
“Les dije que no tenía esa plata y que además eso iba en contra del proyecto, que era llevarla yo sin ningún tipo de asistencia”, dice Pachado, que finalmente debió ceder: “Me secuestraron la bicicleta e incluso me amenazaron con echarme del Parque. Yo me puse mal porque me lo estaban haciendo injustamente, en ningún lugar dice que no puedo subir cargando la bici”.
Emilia se lamentó, lloró e incluso pensó en abandonar definitivamente el Aconcagua, dejando atrás su sueño, pero, alentada por su familia, eligió no darse por vencida y continuar el ascenso sin “Hulk”.
La exestudiante de la UNLP llegó a lo más alto de la montaña más alta del Hemisferio Sur el 11 de febrero, luego de 16 días de extrema exigencia física y mental. Pese a que no pudo cumplir su objetivo inicial de llegar con la bicicleta, Pachado alcanzó un logro sin precedentes. “Me dijeron que soy la primera mujer en hacer cumbre completamente en solitario y encima sin tener experiencia”, señala.
A diferencia de la mayoría de los andinistas que llegan al Aconcagua desde distintas partes del mundo y contratan costosos paquetes turísticos que se cotizan en dólares; Pachado eligió hacerlo “a la antigua”: no tuvo guías, no alquiló mulas, ni fue asistida por porteadores —encargados de transportar sobre sus espaldas las mochilas con provisiones de quienes los contratan para que no tengan que realizar el esfuerzo—.
“Mientras que todos los demás pagan para que les lleven las cosas y van con una mochilita de 3 o 4 kilos, que es solamente agua; yo iba con una mochila que tenía 30 kilos”, apunta Emilia, quien se encontró en el Aconcagua con un panorama bastante distinto al que se imaginaba: “Era como una mini ciudad de carpas, donde toda la gente tenía luz, WiFi, televisión por cable y todas las comodidades, pero en la montaña. Para mí, eso no es un viaje de montaña”.
EL DESCENSO: A LA DERIVA EN EL ACONCAGUA
Si subir fue complejo, bajar fue una pesadilla para Emilia, quien vivió horas dramáticas cuando emprendió su regreso desde la cumbre del “Centinela de América”.
“Estaba agotadisima y, mientras descendía por Cuesta Brava, una de las partes más peligrosas tanto para subir como bajar, me pegué un resbalón con un pie y, al caer, se me torció el otro para adentro”, recuerda la odontóloga browniense, que todavía tenía por delante un trayecto de 18 kilómetros —entre 8 y 11 horas de caminata— para llegar al campamento de Confluencia.
Como pudo, se puso de pie y, avanzó unos 100 metros, hasta que una nueva caída terminaría provocando una lesión en el tobillo del pie que, hasta ese momento, tenía sano. “No había nadie en el lugar. En un momento pasó un arriero con la mula, pero ni se dio cuenta de que yo estaba ahí”, comenta.
Sin un handy que le permitiera dar aviso de su situación a los rescatistas del Parque y sin nadie alrededor que pudiera ayudarla, Emilia tomó conciencia de que quedarse tendida en el suelo no era una opción.
“Caminé como pude, muy lento, durante una hora y en un momento vi que empezaron a caer copos de nieve, que de manera muy rápida se transformaron en una una tormenta”, describe Pachado y asegura: “Se fue cerrado la visibilidad y yo no veía a 50 metros de distancia”.
El escenario se hacía minuto a minuto cada vez más hostil, pero el instinto de supervivencia hizo que Emilia no se detuviera. “Llevaba varias horas caminando y, cuando me di cuenta, la nieve me llegaba hasta las rodillas”, narra la joven y continúa: “ Lo único que atiné a hacer fue ponerme las gafas de nieve y la campera de alta montaña para no tener frío, y seguir caminando”.
Como la visibilidad en aquel momento era prácticamente nula y los senderos habían quedado completamente tapados por la nieve, lo único que la guiaba era la intuición “Lo único que sabía era que tenía que seguir derecho. Me iba poniendo metas cortas, como intentar llegar a una piedra que veía y así me mantuve durante seis horas y media”, cuenta Pachado y revela: “En un momento dejé de sentir el peso de la mochila, no sentía la nieve, no sentía frío y llegué preguntarme si estaba muerta”.
Alrededor de las ocho y media de la noche, y como si se tratara de un milagro, se abrió un hueco entre las nubes y segundos después, el sonido de un motor se empezó a oír cada vez más fuerte hasta que apareció frente a ella el helicóptero de rescate del Parque Provincial, que había salido a buscarla al notar que la debutante andinista aún no había llegado al campamento de Confluencia.
Emilia fue encontrada con hipotermia y con la indumentaria mojada, por lo que fue asistida de manera inmediata y luego la trasladaron en ambulancia hacia el Hospital de Uspallata, donde constataron que tenía lesiones en ambos pies: una fisura en uno y un esguince en el otro.
A pocos días de la arriesgada experiencia, Pachado no se arrepiente de lo que vivió: “Antes de hacer la travesía, recibí muchas críticas por haber decidido hacerlo sola siendo mujer. Ahora me siento como indestructible, si pude hacer esto, después no duden de mí.”
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