La sala de cine de Buenos Aires no sabía lo que se le venía encima. Una proyección aparentemente tranquila de la película sobre el recital de Wos terminó transformándose en un capítulo digno de los anales del “pogo argentino“. Como si la energía del estadio de Racing hubiera quedado impregnada en el celuloide, los jóvenes presentes decidieron que una sala con butacas acolchadas no era excusa suficiente para no saltar, empujar y armar el clásico caos ordenado de un recital.
Allí estaban, en el clímax de una canción, cuando el espíritu del pogo se apoderó de los asistentes. Como si las butacas fueran un enemigo a vencer, se arremolinaron frente a la pantalla, desatando una estampida de euforia que obligó al cine a hacer lo impensado: detener la proyección.
Porque, por supuesto, un cine no es un estadio, y donde antes resonaban los coros y gritos de apoyo, ahora se escuchaba al personal pidiendo, con toda la paciencia posible, que la multitud volviera a sus asientos.
IMPOSIBLE NO CITAR A ELVIS PRESLEY (Y A BILL HALEY)
Esta escena, aunque pueda parecer insólita, tiene un eco de setenta años atrás. ¿O acaso no pasó algo similar en los años 50, cuando Elvis Presley hacía que las butacas de los cines temblaran al ritmo de “Jailhouse Rock”? En aquellos tiempos, las jóvenes se desgañitaban, se arrancaban los peinados y dejaban al personal de sala con los nervios de punta.
Argentina no fue ajena a ese fenómeno, aunque ni Elvis ni Bill Haley con “Rock around the clock) nunca pisaron estas tierras. Sus carismas cruzaron fronteras y generaron una fiebre que ahora parece renacer con Wos.
Pero hay diferencias. Lo de Elvis era un frenesí hormonal, un terremoto de pelvis y chaquetas brillantes. Lo de Wos tiene otra cadencia: es la expresión de una generación que mezcla la nostalgia con lo moderno, que siente la potencia de su música como un grito de pertenencia.
Wos no solo lleva adelante el legado del freestyle y el rap argentino; ahora, con su show convertido en película, parece estar reescribiendo el manual de comportamiento en una sala de cine.
Los paralelismos son irresistibles. Así como las películas de Elvis lograban que los cines se convirtieran en pistas de baile improvisadas, el show de Wos trasladado al cine parece borrar la línea entre la pantalla y la realidad.
El pogo, esa tradición tan argenta como el fernet con coca, no entiende de contextos. Si la música llama, el cuerpo responde.
CINE Y POGOS, ASUNTOS SEPARADOS
Sin embargo, el cine no es terreno fértil para estos rituales. Al menos, no sin que el proyector haga huelga en el camino.
La decisión de frenar la función, mientras las aguas se calmaban, dejó claro que hay normas que no pueden sacrificarse, por más emocionante que sea la experiencia.
Porque una cosa es sentir el temblor de un pogo desde la seguridad de una platea, y otra muy distinta es vivirlo en carne propia cuando lo único que querían los demás era disfrutar de la película en paz.
La proyección finalmente continuó, y los espectadores regresaron a sus asientos, aunque es probable que muchos hayan vuelto con el corazón todavía latiendo al ritmo de la música de su ídolo.
¿Será que la pantalla grande y el pogo no pueden coexistir? Lo más seguro es que no, pero si algo demostró este episodio es que, setenta años después, la música sigue teniendo el poder de sacudir cuerpos y almas, incluso en los lugares más inesperados.