La palabra “Patovicas” (o tal vez haya que escribirlo como nació “Patos Viccas”), reconoce su origen en la década del 30, cuando eran muy populares los balnearios del Río de la Plata, desde el Tigre hasta Punta Lara.
La concurrencia era masiva. En esa época la mayoría de los porteños no tenía otra posibilidad de veraneo.
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Mar del Plata recién comenzaba a transformarse en lo que luego fue y aún es, pero todavía su masividad no existía.
Entre esos recreos que resultaban cercanos y atractivos entre Vicente López y Olivos, estaba “El Ancla”, en esa zona norte que se había puesto de moda.
EL NACIMIENTO DE LOS MUSCULOSOS
A los “bañeros” de esos sitios (aún no existía la palabra guardavidas), en la costa del río, se los elegía por el físico, es decir por su figura, más que por sus destrezas natatorias.
Eran jóvenes bastante “bohemios” que hacían diariamente algo novedoso para ese tiempo: pesas, gimnasia, ejercicios.
Lógicamente desarrollaban músculos, lo que les daba una imagen tampoco muy común por los años 40, salvo en las revistas de dibujos o en las primeras versiones de películas como Tarzán.
Además tenían una particularidad: se los veía casi continuamente bebiendo leche, alimentándose con cremas, como si toda su dieta fuera láctea y eso fuera el origen de sus trabajados cuerpos.
DE MUSCULOSOS A PATOVICCAS, CON 2C
El origen de la palabra justamente nació como una metáfora por su gran consumo de lácteos y por sus físicos, fornidos y “doble pechuga” que ellos gustaban de exhibir en pavoneos fanfarrones delante de la concurrencia.
El ingenio, el humor popular los bautizó “patovicas”, porque era la palabra identificatoria de una marca famosa de patos pechugones, robustos, provenientes de un gran criadero que funcionaba en Ingeniero Maschwitz, y que había inundado y aturdido a Buenos Aires con su publicidad, las cuales remataban con el eslogan: “Patos Viccas, patos criados a leche”.
La palabra patovicas en su origen se extendió a todos los balnearios del Río de la Plata pero luego ganó fama cuando empezó el furor de los boliches bailables que contrataban a estos muchachos para ejercer de seguridad, mucho tiempo después.
HISTORIA DE LA FABRICA DE PATOS VICCAS
El nombre dado a estos patos también tiene su propia historia.
La palabra Vicas, la marca del producto, está formada por las tres primeras letras del nombre Víctor; es decir, su primera sílaba (vic), y las tres primeras letras del apellido Casterán (cas). Así se compone Viccas (con doble c), aunque en el uso popular, obviamente, se eliminó luego una de ellas.
Víctor Casterán, fue hijo de franceses, nacido en 1882 en Montevideo.
Llegó a ser el mayor importador de naftas y kerosene de la Argentina, antes de que las grandes compañías petroleras internacionales vinieran al país.
Esta actividad le rindió excelentes resultados económicos. Su trayectoria empresaria fue destacada incluso por el diario “Buenos Aires Herald” en la nota necrológica que le dedicó el 20 de diciembre de 1944.
Al retirarse de sus actividades principales, había creado en Los Ñanduces, su propiedad en Ingeniero Maschwitz, en el incipiente Gran Buenos Aires norte, un criadero de patos que, por su estructura, origen y organización, llegó a ser considerado el más grande criadero unitario del mundo, con una producción anual de un millón de patos que además eran de una raza norteamericana que los hacía más grandes que a los patos “criollos”
“Alimentados exclusivamente con leche y cereales. Desde el huevo hasta la mesa, no hay carne más pura y limpia que un Viccas”, decía una publicidad comercial de Inrur S.A. (la empresa de Casterán) de los años 40.
Con esa alimentación las aves palmípedas con origen en su criadero lograban un extraordinario desarrollo en su pechuga y sus patas.
Los canales de distribución incluían puestos en las mejores ferias, rotiserías y el Mercado del Plata y se los identificaba con un sello con la marca aplicado a las patas.
Víctor Casterán murió soltero y sin hijos.
Legó la mayoría de sus bienes a la entidad de beneficencia que aceptara las condiciones por él establecidas.
Consistían en pensiones vitalicias para sus hermanos y sobrinos, y legados para sus colaboradores.
En esas condiciones, el Patronato de la Infancia fue el beneficiario.
Lo paradójico es que hayan desaparecido desde hace tanto tiempo del mercado los verdaderos patos Viccas pero que esa conjunción de palabras, patovicas, haya perdurado con otro sentido hasta la actualidad.
Quizás Víctor Casterán estaría orgulloso de que su creación haya sobrevivido a su época al menos en esa denominación de patovicas.
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