“Día 3 de la nevada. El que fue a escuela técnica ya convirtió una antena de DirecTV en calefón solar, está aislando la pieza con sachets de leche inflados y viendo cómo armar un lanzallamas con un sifón de soda. Los de marketing seguimos decidiendo si el logo de la resistencia va con serif o sans serif.” El tuit arranca con humor, pero en el fondo encierra una verdad incómoda: en contextos extremos, como los que propone El Eternauta, lo que salva no es el conocimiento de marketing sino el saber técnico.
Y en ese marco, las viejas escuelas industriales que supieron ser primera opción para jóvenes de la provincia de Buenos Aires, ahora están teniendo una especie de reivindicación social tardía, impulsada curiosamente por una serie de Netflix.
DE FÍSICO A ELECTRÓNICO
La figura de “El Tano“, coprotagonista de la historia adaptada a los tiempos actuales (a quien en la serie le da vida el actor uruguayo César Troncoso), potenció esta ola de memes y reflexiones. Si en la historieta de Oesterheld era un físico, en la serie aparece como un ingeniero electrónico que resuelve, improvisa, construye y adapta.
Y frente a un apocalipsis helado con nieve mortal, sin internet, ni electricidad, ni IA que sugiera una playlist, los que se formaron en electrónica, química, mecánica o electromecánica pasaron de ser “los pibes del torno” a verdaderos héroes postindustriales.
En tiempos donde todo depende de un chip y si se rompe el cargador nos sentimos huérfanos, la frase del personaje Favalli en la serie –“lo viejo funciona”– cae como baldazo de verdad.
Porque lo que no tiene microchips ni software es lo único que no se rompe cuando todo se apaga. Y ahí vuelven a brillar los saberes olvidados de las escuelas técnicas, aquellas que enseñaban a bobinar un motor, a usar un tester o a hacer una instalación eléctrica desde cero. No porque sean vintage o retro, sino porque son útiles. Vitales. Salvadoras.
La provincia de Buenos Aires, durante décadas, fue un semillero de técnicos gracias a las escuelas de Educación Técnica (las provinciales) y las ENET (Escuelas Nacionales de Educación Técnica), muchas de las cuales sobrevivieron a duras penas los embates de políticas educativas que las fueron arrinconando, primero quitándoles horas de práctica, después vaciando talleres, y por último, vendiéndolas como “escuelas de oficios” casi marginales. Sin embargo, estos lugares formaban profesionales (por suerte muchas aún lo hacen) listos para trabajar, crear y arreglar lo que se rompe, en un país donde lo que se rompe es más común que lo que se reemplaza.
PIBES ÚTILES PARA TODO SERVICIO
Mientras el mundo académico se reconfiguraba alrededor de carreras más abstractas o digitales, los egresados de técnicas seguían sabiendo cómo usar una lima, diseñar un puente, o soldar una cañería.

Y ahora, cuando la cultura pop pone a prueba a la humanidad en escenarios distópicos, esos saberes se vuelven ‘cool’. No por moda, sino por necesidad. Porque si la heladera deja de andar, no sirve de mucho saber citar a Foucault, pero sí saber medir continuidad con un multímetro.
Por eso El Eternauta es más que una serie: es una sacudida. Una especie de cachetada suave a una sociedad que subestimó por años lo técnico. Que le bajó el precio a las escuelas industriales como si fueran de segunda, y que ahora, ante una nevada radioactiva de ficción, se acuerda que el conocimiento práctico, tangible y aplicado puede hacer la diferencia entre morir congelado o seguir resistiendo.
Quién lo hubiera dicho: en ese apocalipsis blanco, los verdaderos influencers no están en redes, sino en un taller con overall o guardapolvo azul, y un “buscapolo” en la mano.

