La tarde-noche del domingo electoral de la Provincia de Buenos Aires propuso algo más que números y porcentajes: también dejó imágenes. Y esas imágenes fueron las caras largas, apesadumbradas, casi de velorio, de los principales referentes mediáticos que durante meses vendieron la narrativa del triunfo asegurado del oficialismo.
Luis Majul, Cristina Pérez, Déborah Plager, Pablo Rossi, Jonatan Viale, y especialmente Eduardo Feinmann, pasaron de la euforia esperada a la incomodidad transmitida en vivo.
El “relato televisivo” parecía desmoronarse junto con las proyecciones de las encuestas teñidas de operaciones políticas que, por lo visto, nunca existieron más allá de sus propios deseos.
La súbita metamorfosis crítica
De todos, el que más rápido acomodó el discurso fue Feinmann. Si hasta el domingo a la tarde todavía mostraba resabios de alineamiento con la gestión nacional, a la noche y en especial este lunes a la mañana ya ejercía de fiscal implacable de sus errores.
En su programa de radio en la emisora del grupo Clarín dejó una declaración explosiva, que sonó más a catarsis que a análisis:
“Remarco, fuerte, voto castigo para el presidente Milei. No solo no le puso el último clavo al cajón de los K, sino que me parece que les sacó la tapa al cajón y el muerto parece que está a punto de levantarse, ¿hm? ¿Hm? Me parece, me parece que hm me parece que la cosa va por ahí, ¿no?“.
La metáfora fúnebre no hizo más que reforzar la ironía: durante meses hablaron del último clavo al “cajón” del kirchnerismo y de su supuesta desaparición definitiva, continuando la desagradable figura impuesta por el presidente Javier Milei, y ahora es el propio Feinmann quien debió admitir que, al menos en la provincia de Buenos Aires, el muerto goza de excelente salud.
La narrativa amañada que se volvió en contra
El problema para este grupo de comunicadores no fue únicamente el resultado electoral, también lo fue la exposición brutal de su estrategia: operar como voceros de un gobierno nacional al que vendieron como indestructible.
Creyeron su propio libreto y la realidad les devolvió un golpe seco. La sorpresa, el gesto compungido en cámara y el rápido giro de discurso revelan un momento de tembladeral: la supuesta independencia periodística quedó al desnudo como una farsa frente al voto popular.
En la Provincia de Buenos Aires, el peronismo sacó un resultado que ni las encuestas más optimistas anticipaban (que en verdad no existieron), y la avalancha de sufragios dejó a más de un conductor mediático con semblante de velorio.
Si el domingo fue un baño de realidad, el lunes se está convirtiendo en un laboratorio de excusas y críticas tardías. La “operación” se topó con la urna, y la urna habló más fuerte que cualquier editorial televisiva.