Cuando en la Argentina de hoy las recetas del Fondo Monetario Internacional y las bendiciones del capital financiero suelen considerarse el único camino hacia la “seriedad macroeconómica”, un pequeño país de África acaba de dar un golpe de timón que dejó boquiabierto al establishment global.
Ghana, históricamente uno de los países más explotados por las potencias coloniales europeas, acaba de convertirse en protagonista de un fenómeno inédito: su moneda, el Cedi, lidera el ranking mundial de apreciación en 2025, superando incluso al dólar estadounidense.
¿El motivo? No es como nos quieren hacer creer, su “buena conducta fiscal”. Es, en realidad, una decisión profundamente política: recuperar el control soberano sobre su oro.
EL ORO PARA LOS GHANESES
Durante décadas, la economía ghanesa giró en torno al oro, pero los beneficios se escurrían fuera del país como agua entre los dedos.
Las corporaciones extranjeras –principalmente europeas– controlaban la extracción, comercialización y exportación del preciado metal, dejando a Ghana con las consecuencias medioambientales, laborales y sociales de una actividad altamente depredadora.
Pero hace unos meses algo cambió. El nuevo gobierno decidió cortar por lo sano: las empresas privadas y extranjeras quedaron al margen, y una empresa pública –Goldbod– pasó a ser el único comprador, vendedor y exportador autorizado del oro ghanés.
Este viraje no fue simplemente administrativo. Implicó fijar el precio del oro en moneda local, obligar a toda operación a hacerse en Cedis, imponer reglas laborales y ambientales estrictas, y –sobre todo– cerrar las compuertas por donde se fugaban las divisas.
El resultado fue casi inmediato: una menor demanda de dólares para transacciones internas, mayor demanda de cedis y una entrada neta de divisas al país. Todo esto, claro, con un telón de fondo de precios internacionales del oro en alza, lo que potenció aún más el efecto.
Sin embargo, los informes más celebrados en medios económicos prefieren atribuirle el milagro ghanés a “reformas estructurales”, “acuerdos con el FMI” y a una “política monetaria ortodoxa”. Como si el éxito radicara en seguir el manual de Washington.
Pero lo que realmente sucedió fue otra cosa: Ghana desoyó esas recetas y apostó a lo que muchas veces se considera un sacrilegio económico en las naciones subdesarrolladas: el control estatal de un recurso estratégico. Y eso hizo, ni más ni menos, que fortalecer su moneda.
¿UN EJEMPLO A SEGUIR POR MILEI? IMPOSIBLE
Desde Argentina, donde la historia se repite con actores distintos pero lógicas similares, vale la pena mirar este caso. Mientras aquí se insiste con modelos importados de países desarrollados que jamás estuvieron colonizados ni expoliados, y se promueve la entrega de recursos como Vaca Muerta o el litio al capital extranjero, Ghana eligió el camino inverso. No pidió permiso. No pidió perdón. No buscó agradar a los mercados, sino recuperar soberanía. Y le salió bien.
Claro que no todo está resuelto. Ghana sigue siendo vulnerable a los vaivenes del precio internacional del oro y deberá sostener en el tiempo su política de control, transparencia y distribución interna del beneficio. Pero nadie puede negar que su moneda se fortaleció en el mundo real, no en una planilla de Excel. Y no por disciplina fiscal, sino por una audaz decisión política.
Entonces, la pregunta que queda flotando en el aire, especialmente en este sur global siempre sometido a recetas ajenas, es sencilla pero profunda: ¿y si el modelo no era Irlanda, ni Israel, ni Estados Unidos… sino Ghana?