Era la madrugada del 22 de junio de 1990 cuando dos leones hambrientos escaparon de una jaula en San Pedro. Pertenecían al Circo Akay, que se había ido de la ciudad sin llevarlos, y los había dejado en condiciones de abandono, sin agua, ni comida. Nadie supo nunca quién abrió la jaula. Lo cierto es que quedaron libres, deambularon por las calles y atacaron a cuatro personas.
Una de ellas murió esa misma noche. Otra falleció días después. María Laura Lobaiza y su esposo sobrevivieron, pero quedaron marcados para siempre. Ella tenía 24 años, tres hijos pequeños y toda una vida por delante. La herida física sanó con el tiempo. La emocional, no tanto.
En diálogo con Infocielo, reconstruye la historia , 35 años después de aquella fatídica noche. “El accidente fue en el patio que dividía la casa de mi mamá y la mía. Mi esposo estaba tirado en el piso y un animal grande arriba. Me acerqué… y cuando vi, pensé que era un sueño. No me acordé del circo. Sólo vi sangre.”
“Podría haberme metido de nuevo en mi casa… pero ahí estaba el amor de mi vida, el padre de mis hijos”.
Todo comenzó pasadas las 3 de la madrugada cuando su esposo salió a ver qué sucedía. Afuera se escuchaban gritos, eran los del vecino que estaba siendo atacado por uno de los leones, pero cuando salió, armado con un machete, no sabía lo que sucedía. Nunca llegó a auxiliar al hombre que falleció horas más tarde, porque el segundo león se abalanzó sobre él.
“Pasaban 10, 15, 20 minutos y él no volvía. Entonces agarro la beba, se la pongo a mis hijos en el medio de la cama matrimonial, les digo: ‘Cuídenla que no se caiga’ —porque la nena estaba en la etapa de querer caminar—, me abrigo y salgo.”
Fue atacada mientras intentaba salvarlo.“Tiré todo lo que pude. El león dejó de morderlo, pero me vio. Ya tenía la sangre de mi esposo. Yo quise girar y volver, pero ya estaba todo dicho. Me agarró a mí.” La encontraron inconsciente, en una zanja, con el león acostado al lado, creyéndola muerta.
“Me trencé en una lucha desigual. Yo pesaba 47 kilos. Hasta que me mordió la cabeza. Me quebró la mandíbula en cuatro partes. Me desmayé. Me encontraron en la zanja, con el león acostado al lado mío.”
“El infierno empezó después”
Estuvo cinco meses internada en Rosario, uno de ellos en coma. Su esposo, con heridas gravísimas, también sobrevivió. “Lo más duro vino después. Cuando abrí los ojos y lo vi a él, supe que todo había cambiado.”
Durante semanas no vieron a sus hijos, de los que se hizo cargo su madre. El mayor, de 10 años, aún recuerda todo. La menor tenía 11 meses. El reencuentro fue asistido por psicólogos. “Nuestros hijos iban ilusionados a vernos, pero la psicóloga les decía que no. Que estábamos dormidos. Fue un proceso durísimo”, recuerda.
“Fue como haber estado enterrada. Pero cuando hay amor, se puede salir.”
Él no pudo volver a trabajar como mecánico. Perdió la fuerza en las manos. “Le ayudaba un pibe del barrio. No por plata, por corazón.” Ocho años después, llegó el juicio.
Un juicio ganado, un país que los volvió a castigar
Recibieron una indemnización que usaron para comprar una casa y cubrir otros gastos, lo que sobró decidieron invertirlo en un plazo fijo proyectando un futuro emprendimiento con un matrimonio amigo. Eran 50 mil dólares con los que contaban para volver a empezar, una década después de lo ocurrido. Pero entonces vino el corralito de 2001.
“Cuando fuimos al banco, ya no había dólares. Nos dieron papeles. A los poderosos los dejaban entrar por la puerta lateral. A nosotros no.”
“Me volví caminando, en shock. No lo podía creer. ¿Cómo le explicás eso a tu marido, con todo lo que pasamos?”. Tuvieron que litigar otra vez para recuperar el dinero, ya devaluado, en pesos. Nunca alcanzó. “Hicimos juicio. Tardó tres años. Me devolvieron el dinero en pesos. Yo lo había puesto en dólares.”
“Fue como romper una alcancía. El golpe no fue solo económico. Fue simbólico. Era lo último que nos quedaba, y también nos lo sacaron. Ese día en el banco, después de todo lo que habíamos pasado, fue de los más tristes de mi vida.”
El legado de una historia de amor y supervivencia
Su esposo falleció hace seis años. La historia recién ahora encuentra su cauce en la palabra. María Laura no busca fama ni dinero. Solo contar.
“No lo hago por fama. Quiero que el mundo sepa que hay personas como yo”
No se victimiza. Habla con paz. No tiene odio. “Elijo vivir con amor. Si fueron injustos conmigo, no tengo por qué ser igual.”
Hoy, con 60 años, mira hacia atrás sin rencor, pero con memoria. La misma memoria que ayudó a cambiar los circos en la Argentina, que empezaron a dejar de usar animales silvestres tras casos como el suyo, aunque nunca nadie lo dijera públicamente.
“Peleé con un león. Pero vivir después de eso fue lo más difícil. Y también lo más valiente”, explica y reflexiona: “La vida es hermosa. Pero hay que vivirla con amor. Sin odio ni resentimiento. Porque el amor lo puede todo.”