Las entradas se agotaron rápidamente, el show 26 de septiembre fue una jornada épica en el Teatro Coliseo. Trueno ingresaba iluminado tenuemente, generando una atmósfera cargada de tensión y expectativa. Vestido con un traje oscuro, con detalles personales (pins alusivos a su identidad, su barrio, su club de fútbol), su imagen buscaba expresar que lo urbano y lo formal podían coexistir.
La orquesta, dirigida por Ezequiel Silberstein, junto a la banda de Trueno liderada por Pedro Pasquale, que actuó como soporte y contrapunto al rapero.
Repertorio y colaboraciones
La velada arrancó con la orquesta interpretando “RAIN III” desde la penumbra como sólo una muestra de lo que sería este gran show. Durante la noche se revisitaron temas de distintas etapas de su carrera: “Real Gangsta Love”, “Tranky Funky”, “Ohh Baby”, “Cruz”, “344”, “Lauryn”, entre otros.
Uno de los momentos más celebrados fue la versión de “Mamichula”, que adquirió dimensiones caside hino gracias a la orquesta y los coros.
En “Tierra Zanta”, se sumó Milo J, transformando la canción en un momento de emoción colectiva, mitad canto, mitad rap.
En “Argentina”, la aparición de Rodolfo Mederos con bandoneón dio un guiño local: tango, memoria y cercanía.
En los momentos más intensos del show, Trueno invitó a Pedro Peligro (su padre) y a Kmi420 para aportar fuerza en canciones como “Fuck the Police” y “Violento”.
El cierre fue con “Dance Crip”, transformado en una pieza distinta con despliegue orquestal. En un gesto simbólico, Trueno incluso asumió la batuta por unos segundos.
Momentos destacados
El formato permitió que muchas canciones expandieran sus atmósferas: los arreglos orquestales dieron espacialidad, matices dinámicos y momentos de clímax que no existirían sólo con beats y loops.
En los temas donde la melodía y el estribillo son más evidentes, la orquesta enriqueció sin opacar, llevando partes corales, apoyos de cuerdas, vientos que dialogaban con el rap.
Las colaboraciones (Milo J, Mederos, invitados locales) sumaron variedad y momentos emotivos que rompieron la línea uniforme del show.
La energía del público fue un motor: hubo momentos de pie, ovaciones espontáneas, movilización del público con sus celulares cantando en coro.
La fuerza simbólica del evento: un artista de barrio, de identidad urbana, subido a un escenario clásico, llevando el género a otros escenarios de legitimidad cultural. Muchos lo consideraron un “antes y después”.
El desafío cumplido
Ciertos pasajes los arreglos orquestales resultaron demasiado grandilocuentes, audibles como capa ornamental más que como parte orgánica de la música.
Transiciones entre el rap puro y los pasajes orquestales eran momentos delicados: en algunas canciones la orquesta “entra fuerte” y luego tiene que ceder espacio al flow, lo cual puede sentirse abrupto si no está perfectamente afinado. (implícito en críticas del cruce de géneros)
En la magnitud del Coliseo y la expectativa, los detalles menores (volumen de micrófonos, mezcla de voz vs instrumentos, momentos de ajuste entre secciones) seguramente exigieron una limpieza técnica casi perfecta para no perder claridad.
No todas las canciones se adaptan con igual dignidad al formato sinfónico: temas más rítmicos o con beats muy pronunciados pueden perder parte de su impacto o quedar más “vestidos” que transformados.
Impacto significativo en la música urbana
Después de las experiencias de Rick Rossen en Atlanta, Metro Boomin en Los Ángeles o Pablo Chill-E en Santiago, entre otras, la orquesta de Red Bull Symphonic en Buenos Aires ideal, El show dejó la sensación de que el rap argentino puede dialogar con elementos de tradición musical —clásica, instrumental— sin perder su identidad. Mucho más que un experimento, se plantea como una demostración de versatilidad.
Abrirá puertas: otros artistas urbanos pueden pensar en formatos híbridos, colaboraciones “inusuales”, explorar arreglos orquestales.
Para la carrera de Trueno, es un punto de inflexión: reafirma su posición no solo como rapero de barrio sino como artista con ambiciones formales, capaz de trascender los límites del género.
Estéticamente, el show pone en tensión lo local y lo universal: lo de barrio convive con la solemnidad del escenario sinfónico, y eso tiene una carga simbólica potente.
Fusionar rap con orquesta implica riesgos de desequilibrio, de que una parte opaque a la otra, de que la emoción se diluya en el “ensayo”. Pero en esta presentación se logró —con sus imperfecciones— más de lo que se esperaba: generó momentos que emocionaban, suspensos, clímax, sorpresas.
Lo mejor: cuando los arreglos orquestales no competían, sino acompañaban, dialogaban, subrayaban. Lo más desafiante: las transiciones abruptas y la tensión entre lo urbano crudo y la etiqueta formal del sinfónico.
En suma: fue un show memorable, digno de marcar un antes y un después para el rap argentino.