La experiencia como forma de marketing se conoce como marketing experiencial o marketing de experiencias, y es una de las estrategias más poderosas hoy en día. Es una estrategia que busca generar una conexión emocional entre la marca y el consumidor a través de vivencias memorables.
No se trata solo de vender un producto o servicio, sino de hacer sentir algo: sorpresa, alegría, identificación, nostalgia, inspiración. Eso es Rock & Feller’s
El riff inicial: Córdoba, 1996
A mediados de los ‘90, cuando el rock argentino atravesaba su edad dorada con Los Redondos tocando en estadios y Soda Stereo despidiéndose en el Monumental, un grupo de emprendedores cordobeses decidió hacer algo distinto: llevar el espíritu del rock a la mesa.
No se trataba solo de poner música fuerte y paredes negras. Era construir una experiencia: un lugar donde se pudiera comer bien, tomar algo y sentirse, por un rato, en el backstage de un show eterno.
Así nació Rock & Feller’s, en Córdoba, en 1996. El concepto era claro: un homenaje al rock internacional, pero con identidad local. Mesas de madera maciza, fotos de íconos musicales y una carta que combinaba hamburguesas con nombres de bandas, carnes ahumadas y cócteles de autor.
El nombre una fusión entre “Rock” y “Feller’s”, un guiño al inglés informal “fellows” (compañeros). Guillermo Fernández Christe, uno de sus socios fundadores se encontraba cursando la carrera de arquitectura en la capital de la provincia de Córdoba, cuando decidió hacer un emprendimiento paralelo a los estudios: optó por abrir un bar junto a varios amigos. Para ésto había que iniciar una investigación . El producto que resultó de esta investigación y fruto de una exhaustiva consultoría con expertos de Harvard, fue el desarrollo de un bar y restaurante con seis tramos horarios (desayuno, almuerzo, merienda, after office, cena y after hour (posterior a la cena), todo girando en torno a la temática musical. Un Hard Rock argentino. Guillermo tenía especial afición por los pubs ingleses, donde se manejaba este modelo y “eso no ocurría en Córdoba por los años 90, por lo que pensé en desarrollar algo que unifique ambos conceptos: el de bar y el de restaurante”
A fines de los 90, el éxito en Córdoba fue tan fuerte que Rock & Feller’s comenzó su expansión natural hacia el Litoral. Rosario fue la elegida, y el local sobre Boulevard Oroño y Jujuy se convirtió en una especie de catedral del rock gastronómico.
Con una ambientación más imponente y una barra que parecía salida del Sunset Strip, el lugar se llenaba cada noche de músicos, oficinistas y fanáticos que querían cerrar el día con una cerveza fría y una playlist sin hits del momento, pero con clásicos eternos.
Los 2000 trajeron el desafío de salir de la zona de confort. La marca cruzó la frontera cordobesa y rosarina y llegó al Gran Buenos Aires, con locales en Pilar y Unicenter.
La propuesta se afinó: seis momentos del día, desde desayuno hasta after hour; cocina de autor, tragos de barra internacional y un ambiente que combinaba la nostalgia del rock clásico con el diseño contemporáneo.
La apertura de Rock & Feller’s Palermo, era casi imaginable, rock en una zona que nunca duerme. El lunes 29 de septiembre de 2025 inauguró el nuevo local frente al Hipódromo de Palermo y tenía que visitarlo.
Entrar es como atravesar un portal
Son las nueve y media de la noche y Palermo ya late como una consola prendida. En la esquina, el neón rojo de Rock & Feller’s brilla como una llamada tribal. Un logo con tipografía furiosa, una puerta de vidrio, y detrás, una explosión de luz cálida, humo de cocina y el rugido inconfundible de una Gibson por los parlantes. .
El aire huele a madera tostada, cerveza fría y carne asándose sobre leña de quebracho. En el techo, las luces reflejan el dorado de las guitarras colgadas: una Stratocaster con la firma de Satriani, una Les Paul vieja que parece tener historia, pero afuera nos recibió la guitarra Frankenstrat que el propio Eddie Van Halen construyó y eso ya era insuperable.

En el fondo, la barra se alza como un escenario. El bartender —camisa negra, tatuajes, mirada concentrada— sacude una coctelera mientras suena Highway to Hell. El hielo golpea el metal al ritmo exacto del bombo. Te mira, sonríe, y pregunta:
—¿Primera vez acá?
Pedís una IPA artesanal, y él te dice: “Te va a gustar, tiene cuerpo, como el bajo de Lemmy”.
Ríe. Vos también. Es imposible no hacerlo.
El show en la mesa
El mozo llega con una bandeja que podría ser un solo de Slash en versión gastronómica: BBQ Ribs y un pequeño infierno de salsas. Todo servido sobre madera, todo brillando bajo una luz tenue que parece puesta para Instagram, pero que de algún modo sigue siendo rock. Y era sólo el comienzo

De fondo suena Under Pressure, y la pantalla gigante pasa imágenes de Queen en Wembley.
Al costado, un grupo de veinteañeros canta el estribillo con el alma.
Más allá, una pareja de cincuenta levanta las copas cuando entra el solo de May.
El rock une generaciones. Acá se siente literal.
El alma del lugar
Rock & Feller’s no es un bar, ni un restaurante, ni un museo del rock. Es una mezcla rara de todos. La decoración parece una carta de amor al género: fotos de Lennon y Tina Turner, un vinilo original de Zeppelin, afiches de Nirvana, un mural de Cerati que te mira con esa calma cósmica que solo él tenía y un cartel en neón que resume todo lo que ves “Welcome to the jungle”

No hay artificio. El sonido es perfecto pero sucio, con esa textura de parlante viejo que hace que todo suene más real.
La gente no grita: habla fuerte, ríe, choca copas.
En cada mesa hay una historia: amigos que se reencuentran, primeras citas, músicos que se quedaron sin ensayo y vinieron a comer algo “con onda”.
Medianoche en el templo
A las doce, la luz baja. El DJ sube el volumen. Suena Whole Lotta Love, y la barra se convierte en una fiesta. Un tipo con remera de Motörhead levanta su trago, un grupo baila sin pararse de la mesa, y un mozo con piercings esquiva las bandejas como si estuviera en un pogo invisible.
Por un momento, Palermo se convierte en otro lugar.
No hay apuro, no hay celulares filmando. Solo música, risas y Billy Idol que me mira de frente
El bartender vuelve, con un brebaje de colores rosas y dice:
—Esto se llama “Amy Winehouse”.
Lo probé. Fuerte y dulce como lo era la reina del soul.

El amanecer del rock
Afuera, el barrio empieza a dormirse. Adentro, el reloj marcó la una de la madrugada y todavía hay gente riendo y escuchando música. Yo ya estoy cansado como un viejo rockero de gira, ya es hora de que volvamos a casa. El último tema suena con la misma intensidad que el primero. Yo no quiero irme, nadie quiere irse.
Pago la cuenta, salgo al aire fresco, y el ruido de la ciudad me envuelve de golpe. Pero algo queda, ese eco de guitarra, esa sensación de haber estado en un lugar donde el rock todavía tiene alma.

