En la recién estrenada y exitosa serie producida por Sebastián Ortega y Underground para Netflix “En el barro“, los espectadores más atentos se toparon con un detalle que escapa al ojo desprevenido: en los despachos del ficticio gobernador bonaerense, Andrés Faccia, flamea la bandera de la provincia de Buenos Aires, mientras que los tribunales, las calles y el entorno urbano que aparecen en pantalla corresponden claramente a la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Ni rastros de La Plata, la capital provincial; ninguna referencia al territorio que debería sostener ese poder político.
Además, el apellido del gobernador no pasa desapercibido. “Faccia” suena demasiado parecido a “facho”, término que en nuestro país designa a los autoritarios, y que en España se pronuncia igual que “fachas”. ¿Casualidad?

DIFÍCIL QUE SE LES HAYA “ESCAPADO”
La combinación entre nombre, figura y bandera provoca un efecto inevitable: un gobernador de fuerte impronta política, rodeado de símbolos bonaerenses, insertado en escenarios que visualmente no le pertenecen. Raro. Imposible de que se trate de un error.
Estrenada el pasado 14 de agosto, En el barro se convirtió rápidamente en un fenómeno mundial. Como spin-off de El Marginal, transcurre en la cárcel de mujeres llamada “La Quebrada”, donde las tensiones entre internas, guardiacárceles y poder político se despliegan con la crudeza que caracterizó a la serie original.
La producción, como quedó dicho, estuvo a cargo de Sebastián Ortega y la dirección de Alejandro Ciancio, y combina un elenco de figuras consagradas y nuevos talentos: Ana Garibaldi, Valentina Zenere, Rita Cortese, Lorena Vega, Carolina Ramírez y Ana Rujas. También participan María Becerra, Cecilia Rosetto, Juana Molina y Gerardo Romano, reforzando el magnetismo de la historia.
UN EXTRAÑO “CRUCE DE JURISDICCIONES”
A primera vista, podría pensarse en una solución práctica: filmar en CABA es más sencillo y económico. Pero la bandera bonaerense, tan “clásica e inconfundible”, convierte la elección de locación en algo más que logística.
La serie parece decir con las imágenes una cosa, y con los símbolos otra: “esto sucede en la provincia”, mientras el espectador reconoce pasillos y calles de la Capital.

El contraste quizás sugiere implicancias más sutiles. La marginalidad —la violencia, el barro, el conflicto institucional— se le asigna simbólicamente a la provincia, mientras la Ciudad Autónoma queda preservada, limpia de esa carga dramática.
La bandera bonaerense funciona como una memoria constante: todo lo problemático se ubica fuera de la Capital, incluso cuando la acción ocurre en escenarios que visualmente le pertenecen.
No sería la primera vez que la ficción argentina recurre a esta lógica. Durante décadas, el cine y la televisión mostraron delitos, cárceles y marginalidad como fenómenos esencialmente bonaerenses, mientras la Capital se reserva para el poder, el glamour o los grandes hitos culturales.

La presencia de la bandera bonaerense en los despachos del gobernador “Andrés Faccia” refuerza la idea de que los símbolos pueden delimitar espacios dramáticos más allá de la geografía real, sugiriendo que la “impoluta” Capital Federal no debe cargar con la representación del barro.

