La enseñanza de la lectura y la escritura en las escuelas primarias y secundarias asegura el acceso a la sociedad letrada –el disfrute de la literatura, el aprendizaje de las ciencias– y contribuye a la formación de ciudadanos responsables, con acceso crítico a la información que circula. Aprender a leer esos textos es importante, pero también aprender a escribirlos.
Sin embargo, los resultados de las pruebas estandarizadas que se han dado a conocer últimamente (pruebas TESBA y Aprender) dan cuenta de un retroceso importante en las competencias de lectura y escritura de los estudiantes. Este hecho gravísimo no puede atribuirse a las dificultades planteadas durante el período de aislamiento establecido por la pandemia de COVID-19. Sin duda la alteración de la escolaridad y las dificultades de para el acceso mediante tecnologías digitales tuvieron resultados negativos. ¿Las razones? La interrupción de las clases presenciales para reemplazarlas por un medio para el que ni docentes ni estudiantes, así como tampoco las escuelas, estaban preparados. Pero no es este el punto que quiero analizar.
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Lo innegable, si se siguen los resultados de las pruebas a través del tiempo, es que hace ya muchos años que solo ocasionalmente los estudiantes presentan alguna mejora en lectura y escritura. En general, los resultados son insuficientes.
Esto lleva a preguntarse si los procesos de enseñanza y aprendizaje de la lectura y la escritura que se llevan a cabo en las escuelas con textos de diferente tipo y con diferentes usos del lenguaje son los adecuados. Y creo que no.
Existen diferentes propuestas, que van desde facilitar que los estudiantes aprendan a medida que puedan; enseñar desde las letras y las clases de palabras para luego llegar a los textos; o partir de los textos pero sin reflexionar sobre los recursos que el lenguaje ofrece para producir significados. La primera propuesta tiene como problema que solo quienes hayan sido mejor preparados en sus hogares van a obtener resultados, aunque sean magros. Los niños, niñas y adolescentes que no hayan tenido esa posibilidad quedarán rezagados. La tarea docente es solo la de facilitador, lo que no asegura procesos de enseñanza que puedan acortar la brecha. La segunda propuesta se relaciona con la enseñanza de las unidades menores del lenguaje y posteriormente se centra en aspectos puntuales de los textos, de manera que la llegada a reflexionar sobre la producción de significado global de un texto es demorada y a veces no llega nunca. Las propuestas que se centran en el texto pero no reflexionan sobre el lenguaje no les permiten a los estudiantes entender cómo se produce el significado en la lectura y la escritura.
Pero existe otra posibilidad: partir del texto, de su significado en su contexto, y mostrar qué recursos del lenguaje son relevantes según su función y su propósito. Mostrar también cómo se organiza el texto para desplegar los significados y cómo, en algunos que aparecen sobre todo en el nivel secundario, hay diferentes voces que interactúan. A eso se suma una propuesta de enseñanza de la escritura claramente organizada, que aproveche los aprendizajes hechos en la lectura. Esta propuesta ha dado resultados en el progreso de cada estudiante así como en el acortamiento de la brecha entre los que están mejor preparados y los que tienen mayores dificultades.
Es necesario renovar la enseñanza de la lectura y la escritura. Y para eso es imprescindible tener en cuenta este tipo de propuestas en la formación docente. Es tan urgente la necesidad que requiere un trabajo con futuros docentes pero también con los que están en servicio. Es un camino que requiere esfuerzo e inversión, pero que garantizaría una mejora en el desarrollo de competencias de lectura y escritura de niños, niñas y adolescentes para su formación como ciudadanos críticos.
*La autora dirige el Programa de Competencias en Discurso Profesional y Académico Universidad Nacional Guillermo Brown y el Programa de Lectura y Escritura Académica en la Universidad de Flores; ha sido formadora de futuros docentes en Lengua y Literatura en la Universidad Nacional de General Sarmiento, profesora en escuelas secundarias de zonas desfavorecidas y formadora de docentes en servicio.
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