En La Plata, estar en la cancha sin un paquete de semillitas marca “El Faro” (originarias de Berisso) es casi una falta de respeto. Un ritual que arranca en la entrada, sigue en la popular y hasta en la platea, que deja su huella en cada cáscara escupida con precisión quirúrgica al suelo.
Sin embargo, cruzando apenas el peaje de la autopista, en las canchas porteñas ese hábito directamente no existe. ¿Cómo puede ser que los hinchas de Capital Federal no conozcan esta joya del folklore futbolero?
Esa marca, histórica y profundamente arraigada en el corazón platense, es más que un snack: es símbolo de pertenencia. Desde las avenidas que circundan al Bosque Tripero, hasta las noches coperas de Estudiantes, los paquetes amarillos, con tipografía negra sobre blanco, se venden como pan caliente alrededor de los estadios.
Es común ver padres enseñándoles a sus hijos a abrirlas con los dientes, como parte de la educación sentimental futbolera.
¿Por qué en CABA no prenden?
Pero en las canchas de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, la postal es distinta. Hay choripán, gaseosa, pizza de cancha, cerveza escondida, pero ni rastro de semillitas.
¿La razón? Quizás en algún momento haya habido una mezcla de regulaciones más estrictas sobre lo que se puede ingresar a los estadios, sumado a la falta de tradición local y cierta lejanía con la cultura barrial que en ciudades como La Plata aún sobrevive.
Mientras en el conurbano y el interior algunas canchas siguen bancando las gigantes y modernosas ‘Pipas’ (parientes de alta alcurnia, pero no iguales), en Capital las semillitas directamente no hacen pie.
La ausencia se nota aún más cuando uno menciona “El Faro” en una tribuna porteña y nadie sabe de qué se habla.
No es solo que no coman semillitas: ni siquiera conocen la marca que para cualquier platense es casi tan importante como el número 5 titular de su equipo.
Esto genera una desconexión cultural que sorprende, sobre todo porque la capital bonaerense está a menos de 60 kilómetros de distancia de CABA (aunque para los porteños, La Plata les parezca a 500 km).

Orgullo platense en cada cáscara masticada
Muchos platenses se enteran con estupor de esta carencia porteña, como si hubieran descubierto que en otra ciudad no existe el dulce de leche.
Porque el sabor tostado y salado de las semillitas acompaña las buenas y las malas, los gritos de gol y las puteadas al árbitro. Son parte del paisaje, tanto como los bombos, las banderas y el aliento.
¿Es una costumbre que va camino a desaparecer? No por ahora.
Mientras haya algún vendedor con su caja cargada y un grupo de hinchas dispuestos a sostener la tradición, las semillitas seguirán vivas en las tribunas del fútbol argentino (bueno, platense y tal vez rosarino).
¡A LAS SEMILLAS, HAY SEMI!
Pero ojo, que no nos extrañe si algún porteño curioso se suma a la movida y descubre lo que se estuvo perdiendo todo este tiempo.
Quizás, en unos años, comer “El Faro” o alguna marca barrial en la cancha ya no sea solo cosa de La Plata.
Pero hasta entonces, los platenses podrán seguir inflando el pecho: hay cosas que sólo algunos entienden.

