En nuestro país la palabra “boludo” tiene múltiples connotaciones, desde amistosas hasta peyorativas, generalmente dependiendo de la entonación y la carga valorativa del contexto en el que se exprese. Sin embargo, en un análisis más profundo, la percepción de ser un “boludo” trasciende la simple definición lingüística y revela aspectos cruciales de la identidad y los valores de la sociedad argentina.
El Día Nacional del Boludo, celebrado originalmente un sábado 27 de junio del 2009, marcó un intento por revalorizar este término, destacando las virtudes de las personas que actúan con buenas intenciones y sin esperar nada a cambio. Aun así, persiste una notable tendencia en la sociedad a preferir ser visto como corrupto, malvado o incluso delincuente antes que ser señalado como “boludo”.
SER “BOLUDO” VERSUS SER CORRUPTO
La percepción de ser “boludo” se relaciona directamente con la idea de ser ingenuo, ‘naif’, fácilmente engañable, o falto de astucia.
En una sociedad donde la “viveza” (interpretada como la capacidad de sacar ventaja en cualquier situación) es valorada, el “boludo” representa todo lo contrario: alguien que no se aprovecha de las oportunidades, aunque estas sean inmorales o ilegales.
El término “boludo” sugiere a veces cierta falta de malicia y una disposición a seguir las reglas y normas sociales, incluso cuando estas se perciben como desventajosas. Llevado al ‘mundo series estadounidenses’, el ejemplo perfecto sería el padre del protagonista de “Better Call Saul“.
En contraste, ser visto como corrupto o delincuente, aunque negativo, implica cierta astucia y habilidad para manipular el sistema a su favor. En un contexto donde la corrupción puede llevar a la acumulación de poder y riqueza, el “boludo” queda relegado a una posición de debilidad y falta de poder.
REVALORIZACIÓN DEL “BOLUDO”
La celebración del Día Nacional del Boludo intentó (probablemente sin el menor éxito) subvertir esta percepción, proponiendo que las acciones altruistas y desinteresadas no deben ser vistas como signos de debilidad, sino como virtudes.
Este día se inspiró en la historia de personas que devolvieron grandes sumas de dinero encontradas, actos que fueron inicialmente considerados “boludos” por no aprovechar la oportunidad de quedarse con el dinero. Sin embargo, la agencia publicitaria detrás de aquella campaña argumentó que estas personas no eran boludos, sino ejemplos de integridad y nobleza.
A pesar de este intento de revalorización, el estigma asociado a ser un “boludo” persiste. La sociedad argentina, marcada por la desconfianza y la admiración hacia la viveza criolla, sigue valorando más la capacidad de sacar ventaja que la integridad moral.
PREFERENCIA POR SER VISTO COMO MALVADO O PSICÓPATA
La paradoja se profundiza cuando consideramos que muchos argentinos preferirían ser vistos como malvados o psicópatas antes que como boludos. Ser malvado o psicópata implica una cierta fuerza y dominio sobre otros, cualidades que, aunque moralmente cuestionables, son admiradas en ciertos contextos por su eficacia y poder.
El “boludo”, en cambio, es percibido como alguien sin la capacidad de imponerse o influir en su entorno.
El Día Nacional del Boludo es una fecha que permite la reflexión sobre los valores y prioridades de nuestra sociedad. A pesar de algún esporádico esfuerzo por revalorizar la figura del “boludo”, prevalece una cultura que prefiere la astucia y la capacidad de manipulación por sobre la integridad y el altruismo.
EL KARMA DE UN PRESIDENTE BOLUDO
Esta disonancia entre la celebración de los valores nobles y la realidad de las percepciones sociales subraya gran parte de nuestra identidad.
Ser visto como un “boludo” sigue siendo peor que ser un corrupto, un malvado o incluso un delincuente. Los funcionarios, y especialmente los presidentes argentinos, cuando caen dentro de esa clasificación, pierden instantáneamente el respeto social. No así, si son vistos como dementes, malversadores, o inescrupulosos ventajeros.
Algunos sostienen que por sobre el enojo de los ahorristas a los que el sistema bancario les incautó su dinero en 2001/2002, quedándose sin el fruto de su sacrificio, lo que más los indignaba no era eso, sino sentirse verdaderos boludos por haber confiado en el interés que le prometían los bancos.


