Un primero de mayo, pero de 1980, la pantalla chica argentina cambió para siempre. Ese día, tras años de transmisiones en blanco y negro, la televisión a color se hizo oficial en el país.
Aunque los primeros experimentos databan de 1978, con transmisiones puntuales durante el Mundial que se jugó en ese año, fue recién en 1980 cuando la TV en colores arrancó formalmente, con una programación pensada para ese nuevo formato que deslumbraba por su potencia visual y su promesa de modernidad.
COLOR “AL MANGO” EN TELEVISORES CARÍSIMOS
La transición no fue automática ni masiva. En los hogares, muchos seguían con los viejos televisores blanco y negro, y adquirir un aparato con tecnología PAL-N (el sistema adoptado por Argentina) era un lujo.
Pero el impacto cultural fue inmediato: la llegada del color no solo embelleció la pantalla, sino que también marcó una nueva era en la narrativa televisiva, en la estética de los programas y en la relación emocional del público con los personajes de ficción y los presentadores.
El primer programa en emitirse oficialmente a color fue un especial de Canal 13, y también lo hizo ATC (Argentina Televisora Color), el canal estatal presentado como estandarte de modernidad por la dictadura, que incluso había cambiado su nombre para celebrar este hito.
Se hizo en la entonces PROARTEL el show repleto de artistas populares de la época, como Raúl Lavié, Susana Giménez y Cacho Castaña, entre otros. En la conducción, una ya experimentada pero aún joven (y siempre impecable) Pinky —Lidia Satragno, una figura icónica de la TV— fue la encargada de pronunciar las palabras mágicas: “Bienvenidos a la televisión en colores”.
“HE AQUÍ, LA TELEVISIÓN EN COLOR”
Para muchos adultos que vivieron ese momento, la memoria sensorial sigue intacta: el impacto de ver un poncho rojo flamear en un western, el verde de las canchas en los partidos de fútbol, el brillo de los vestidos en los programas musicales. Todo era más vívido, más emocionante, más real. La televisión dejaba de ser solo una ventana en blanco y negro y se transformaba en un caleidoscopio de emociones.
En paralelo, los canales comenzaron a adaptar sus escenografías y vestuarios, y aparecieron los primeros comerciales que explotaban las posibilidades del color. No fue casual que muchas publicidades de los ‘80 incluyeran jugos, detergentes y caramelos: todo lo que pudiera mostrar un color intenso se ganaba un lugar privilegiado en la tanda.
Para los jóvenes de hoy, criados entre pantallas HD y contenido en streaming, puede parecer una obviedad. Pero en 1980, ver una cortina musical con bailarines vestidos de lentejuelas rojas y azules era tan revolucionario como ver hoy una serie en realidad virtual.
La televisión en colores fue el principio de un fenómeno más cercano al espectáculo y al consumo pop, una invitación permanente al asombro.
Hoy, 45 años después, aquel salto tecnológico se recuerda con nostalgia, pero también con emoción. Fue el primer gran quiebre en la historia visual de nuestra cultura mediática. Y como todo buen cambio, vino con intensidad, con alguna resistencia y con una promesa: que el futuro iba a ser más colorido. Y, al menos en la tele, lo fue. Para que lo sea en la vida faltaba algo más de 3 años, pero en ese momento nadie lo sabía.