En la última emisión de su ciclo en la señal de noticias TN, del Grupo Clarín, Jonatan Viale lanzó una pregunta que, por momentos, parecía salida de una charla de café pero con la potencia de un título de tapa.
Mirando a su invitado, lo interrogó —y por ende sugirió a su audiencia— sobre las causas de la creciente apatía electoral.
Mencionó los casos de Chaco, San Luis, Jujuy, Salta, Santa Fe… y, especialmente, la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, donde este domingo los votos apenas superaron el 50% del padrón. Y en medio de su razonamiento, casi como quien tantea una hipótesis al pasar, dejó flotando una idea que, aunque luego intentó matizar, ya había sido sembrada: ¿será que la gente no va a votar porque está bien económicamente?
LA TEORÍA INSINUADA POR JONATAN VIALE
La frase quedó ahí, suspendida. Casi imperceptible si se la escucha con distracción. Pero presente, como una semilla sembrada con precisión quirúrgica.
Y uno se pregunta si no hay, detrás de esa inocente elucubración, una estrategia que apunta a instalar un nuevo relato: el país está tan bien, tan próspero, tan encarrilado, que sus ciudadanos se permiten el lujo de la indiferencia democrática.
Según esta lógica, no hay desinterés, ni bronca, ni desesperanza. No hay trabajadores que no llegan a fin de mes, ni jóvenes que se resignan a emigrar o no conseguir trabajo, ni jubilados haciendo malabares con la mínima. Lo que hay, según esa pregunta-anzuelo, es satisfacción. Plenitud. Felicidad. Y como consecuencia de eso, una especie de relajación política: total, ¿para qué cambiar algo que está funcionando?
TODO ESTÁ TAN BIEN QUE ASUSTA
Resulta sugerente —por decirlo de algún modo— que esa lectura del ausentismo electoral coincida con la creciente necesidad de legitimar a un oficialismo que, aunque se dice antisistema, no pierde oportunidad para celebrar cada victoria como una señal del mandato popular.
Que apenas se note que, en algunos casos, ganan con menos votos que los que sacaron terceros puestos en otras épocas. Pero no importa…lo esencial es ganar.
Y si la mitad del electorado no aparece en las urnas, mejor aún: se puede interpretar como un gesto de confianza, una muestra de que el rumbo es el correcto. No hay crisis, sólo comodidad y panzas llenas.
A fin de cuentas, hay que reconocer la audacia de la interpretación: convertir la abstención en aprobación, el vacío en apoyo tácito, el silencio en aliento ensordecedor. Como si millones de personas se hubieran puesto de acuerdo para quedarse en sus casas este domingo porteño porque están demasiado ocupadas disfrutando de un bienestar que, a juzgar por la pregunta de Viale, no admite discusión.
¿No será que están viajando al exterior? ¿Que están de compras en el shopping? ¿Que están saboreando el dulce gusto de un país ordenado y próspero? ¿Qué sentido tendría votar si todo está, literalmente, demasiado bien?
No lo dijo así textual, claro. Apenas lo insinuó. Pero como ocurre tantas veces en los discursos cuidadosamente armados, lo importante no es lo que se afirma, sino lo que se sugiere. Lo que se deja picando. Y hay que decirlo: lo dejó picando con maestría.
Después de todo, si se instala con fuerza la idea de que la deserción electoral es síntoma de bienestar, entonces ya no hace falta explicar nada más. La democracia puede seguir funcionando con la mitad. O incluso con menos. Total, lo importante es que estamos demasiado bien. ¿No?

