Que Javier Milei tenga un perfil histriónico y un tono altisonante no es novedad. Que a veces lo traicione el cuerpo mientras habla, tampoco. Lo llamativo es que en las últimas horas, después del durísimo 10 de julio —posiblemente la peor jornada política de su gobierno, con el Senado aprobando leyes que implican su odiado “gasto público” y complican su cruzada por el “déficit cero”—, empezó a circular en redes una teoría médica que, a simple vista, suena más a chisme de farándula que a diagnóstico serio: que el Presidente estaría exhibiendo síntomas de discinesia tardía.
Un término que hasta hace poco no figuraba ni en el bingo de enfermedades argentinas que se le solían adjudicar, por ejemplo, a Cristina Fernández de Kirchner, cuando Nelson Castro —médico y periodista— diagnosticaba desde el estudio de televisión supuestos cuadros psiquiátricos, incluido el famoso “síndrome de hubris”. Pero con Milei, al menos en los grandes medios, nadie se anima a tirar un diagnóstico. En redes, en cambio, la medicina se reparte a gusto y piacherre.
La cosa explotó tras el video de apenas diez segundos (el que circula ahora en X), donde se lo ve a Milei trabarse brevemente al hablar, quedarse en blanco y, sobre todo, mover de forma rítmica la comisura de los labios y la cabeza. Como un tic involuntario.
¿Y qué tiene que ver el Botox en toda esta historia?
Mucho más de lo que parece. Porque la discinesia tardía, el trastorno que en redes le están colgando al libertario, se caracteriza justamente por movimientos involuntarios y repetitivos: muecas, parpadeo excesivo, sacudidas de la mandíbula o la lengua.
Es una afección neurológica que suele aparecer como efecto secundario de los neurolépticos, medicamentos usados para tratar cuadros psiquiátricos como la esquizofrenia, los brotes psicóticos o ciertos trastornos de ánimo.
No significa que todos los que los toman la sufren, pero puede pasar, sobre todo si se consumen durante mucho tiempo y en grandes cantidades.
Y aunque suene insólito, entre los tratamientos posibles para disminuir esos espasmos figura… la toxina botulínica —alias Botox—.
No para suavizar patas de gallo, sino para frenar movimientos musculares excesivos. Por eso, la próxima vez que se lea “¿Por qué Milei debería ponerse Botox?”, ojo: quizá no estén hablando (solo) de estética.
Ahora bien…
¿Es serio diagnosticarlo desde un video?
La respuesta es no.
Así como resultaba bastante temerario que Nelson Castro le pusiera nombre y apellido a supuestas enfermedades presidenciales a través de la tele, también lo es que un video de diez segundos alcance para decir que Javier Milei padece discinesia tardía.
Si bien en esas imágenes se observan movimientos extraños y un breve “bache” verbal, no necesariamente eso implica una patología definida. Podría ser estrés, cansancio, o incluso un gesto histriónico dentro de su estilo teatral de oratoria.

Además, para diagnosticar discinesia tardía se necesita mucho más que un fragmento viral: estudios clínicos, historial médico, exámenes neurológicos. Y eso, hasta donde se sabe, no lo tiene ni el usuario de X que sube el video ni el periodista más estrella.
¿Entonces por qué se habla tanto del tema?
Porque Milei es hoy la figura más analizada (y también más ridiculizada) de la política argentina. Todo en él parece un síntoma de algo. Su verba, su mirada, sus silencios.
Así, las menciones a Milei y al Botox circulan entre memes y conjeturas que van mucho más allá de la estética. Puede tratarse de especulaciones sobre un trastorno neurológico real, de la sobredosis de medicación o simplemente de gestos nerviosos producto del estrés político que atraviesa su gestión y el día patético que vivió este jueves.
Lo cierto es que, en nuestro país, los presidentes siempre terminan con sus cuerpos y gestos expuestos a interpretaciones médicas, diagnósticos improvisados y lecturas políticas.
Y aunque hoy los grandes medios elijan la cautela que antes no tenían, las redes sociales siguen siendo el espacio donde todo se debate, incluso lo que debería quedar, por prudencia, en el consultorio.

