Quién hubiera dicho que esa frase, tan chiquita y tan filosa —No hay plata— iba a terminar derretida en la boca como un caramelo ácido, duro y, ahora… en vías de extinción. Qué ironía deliciosa —o venenosa— que las palabras que Javier Milei escupió al viento apenas asumió como presidente se hayan vuelto un sello nacional… y, al mismo tiempo, la lápida de sus propios caramelos.
Porque la empresa Marengo, la mismísima fábrica que en febrero de 2024 se subió a la ola libertaria y sacó a la venta sus caramelos “No hay plata”, acaba de suspender a 60 trabajadores de su planta en Rafaela, Santa Fe. ¿Motivo? Una caída brutal en las ventas. Traducido: la gente, sencillamente, no tiene plata ni para comprarse un chupetín con sabor a “ajustazo”.
LA CAÍDA DEL CONSUMO
La empresa, con un timing que debería envidiar el mejor humorista negro, anunció por WhatsApp —ni siquiera un mísero telegrama, no sea cosa que gasten en papel— que los trabajadores de producción y mantenimiento quedan en la casa dos semanas sin goce de sueldo, del 14 al 27 de julio.
Así lo contó el diario Perfil, citando a Nicolás González, secretario general del Sindicato de la Alimentación filial Rafaela: “Pedimos una audiencia urgente con el Ministerio de Trabajo porque la empresa venía cumpliendo de manera normal y esto nos parece bastante raro. Si bien es una facultad imputable al empleador, tiene que ver con lo que pasa a nivel país, con la importación de golosinas.”
Golosa paradoja: los caramelos “No hay plata” fueron lanzados para reirse (¿y congraciarse?) un poco con la frase que Milei convirtió en su mantra favorito. Una especie de souvenir presidencial, casi tan simbólico como la motosierra.
Duros, ácidos, frutales, libres de gluten… y ahora, libres de consumo. La profecía se cumplió: no hay plata… y, por ende, no hay plata para comprar “No hay plata”.
Según el propio gremialista, todo empezó a oler feo apenas el último 4 de julio (vaya emblemática fecha), cuando los citaron a una reunión y uno de los socios soltó la bomba: “La empresa iba a cerrar. Me sorprendió. Nos dijeron que iban a cerrar 15 días y luego establecer un Procedimiento Preventivo de Crisis, donde estaría toda la documentación de la baja de ventas.” En fin, otro procedimiento más que en Argentina conocemos de memoria.
KIOSCOS CERRADOS, CUANDO EL AJUSTE SE MASTICA
Claro que la historia no termina en esos caramelos con sabor a sarcasmo. Afuera, en el mundo real —donde Milei jura que “todo está funcionando”—, los kiosqueros están bajando la persiana a un ritmo que ni la motosierra sigue.
Según la Unión de Kiosqueros de la República Argentina (UKRA), en el último año cerraron 16.000 kioscos. ¡Dieciséis mil! Un derrumbe del 14,2%. Las ventas, mientras tanto, se desplomaron un 40 % frente a junio del año pasado. Ernesto Acuña, vicepresidente de UKRA, lo dijo clarito: “Vamos a la desaparición del kiosco de barrio, como pasó con los almacenes en los 90.”
Todo cierra con una lógica tan perversa como coherente. Milei decía “no hay plata” para echar gente del Estado, eliminar ministerios, cancelar obras públicas, y ahora cerrar Vialidad Nacional. La frase se convirtió en latiguillo de tuiteros, vecinos, humoristas, y hasta empresarios golosineros, con cierta pizca de complicidad y revancha.
Pero, oh sorpresa, ahora la sentencia bajó del atril presidencial al changuito de supermercado. O, mejor dicho, al bolsillo vacío. Porque “No hay plata” ya no es solo un grito político: es la realidad que hace que ni siquiera se pueda masticar un caramelo que, con suerte, haga olvidar el hambre por cinco segundos.
Es un chiste tan negro que se cuenta solo: el país de los caramelos “No hay plata” se quedó, justamente, sin plata para producirlos. Y los 60 laburantes que quedan colgados por dos semanas —y quién sabe si no por más— son el reflejo de que esas palabras, que sonaban a eslogan o a meme, hoy se convirtieron en la vida real.
Quizás la verdadera moraleja sea ésta: Milei dijo “no hay plata” para que el Estado no gastara de más. Lo que no contó fue que, un año y medio después, tampoco habría plata para caramelos. Ni para kioscos. Ni para laburantes. Ni para nada.
Qué sabor amargo, che. Y eso que eran caramelos ácidos.

