Hay momentos televisivos que trascienden lo periodístico y se transforman en piezas de antología del absurdo. El último episodio de La Cornisa, en LN+con Mauricio Macri como “invitado”, entra directo en ese catálogo.
Aunque decir “invitado” suena generoso: lo que se vio en pantalla fue un expresidente dando órdenes, marcando agenda y “reprendiendo” en vivo al conductor, mientras Luis Majul —el eterno empleado del poder— bajaba la cabeza y asentía como quien acaba de recibir el orden del día de su jefe.
Un periodista obediente
Todo comenzó con Majul queriendo abordar un tema periodístico: las elecciones en Chaco. Ingenuo él, creyó que tenía algo de margen para ejercer algo parecido al periodismo. Pero Macri tenía otros planes. Su obsesión era hablar de la fallida ley de Ficha Limpia, un caballito de batalla que ya renguea más que cabalgar, pero que aún le sirve como excusa para blindar a su alfil legislativo, Silvia Lospennato.
“No, Luis. Me parece que no hemos terminado de clarificar”, lo interrumpió Macri con la naturalidad de quien se siente dueño del canal, del programa y de la palabra. Majul apenas logró balbucear un tibio “pero hay elecciones en Chaco”, a lo que Macri replicó con una eficacia demoledora: “Ya perfecto, lo mostraste, pero por favor, terminemos lo de Ficha Limpia”.
Y así fue. Orden dada, orden cumplida. Majul, obediente hasta el ridículo, desistió de su línea editorial en segundos. La mesa se transformó en un búnker de campaña, donde Macri, lejos de contestar preguntas, las redactaba. No solo impuso el tema, sino que además le cedió la palabra a Lospennato como si fuera el productor general del programa. Ni un intento de disimulo, ni una pizca de vergüenza: era el expresidente dando indicaciones en vivo y el periodista cumpliendo con la diligencia de un cadete sumiso.
El dueño del micrófono
Para los desprevenidos, la escena pudo parecer incómoda. Para quienes conocen la trayectoria de Majul, en cambio, fue apenas un nuevo capítulo de su larga carrera como cronista de los poderosos.
Ya no se molesta ni siquiera en disimular independencia ni hacer preguntas incómodas. Se sienta, escucha, y si el patrón levanta la voz, asiente y cambia de tema. Lo suyo no es informar, sino obedecer.
Este episodio dejó al desnudo que “La Cornisa” no es un programa periodístico, sino un espacio de difusión tercerizado al mejor postor. Y que Luis Majul no es más que un vocero a sueldo, un hombre sin palabra propia, siempre dispuesto a dejarse manejar, ya sea por un presidente en funciones, un exmandatario nostálgico o el viento político de turno.
El espectáculo fue patético, sí, pero revelador. Porque mientras muchos creían que Javier Milei era el nuevo titiritero de Majul, quedó claro que hay marionetas que nunca cortan los hilos con sus verdaderos dueños. Y Macri, cómodo en el sillón, sonriendo mientras daba cátedra de control en vivo, lo dejó más claro que nunca: La Cornisa es suya. Majul, apenas un decorado que ni siquiera sueña ya con ser el empleado del mes.