Hay escándalos políticos que se desinflan rápido. Y hay otros que se inflan solos, porque cada vez que alguien del Gobierno abre la boca, se enredan más. El de las valijas VIP que entraron sin control aduanero en un vuelo privado al Aeroparque en febrero y que estalló en julio es, definitivamente, del segundo tipo.
Porque a esta altura, las cinco —o diez, o una— valijas ya no son simples piezas de equipaje. Son valijas fantasma: aparecen, desaparecen, cambian de número y de contenido según quién hable.
Y lo más notable es que nadie en el oficialismo logra ponerse de acuerdo en UNA sola versión, aunque sea inventada, pero sólida, para frenar la sangría política.
El piloto, la guitarra y la impresora
Ayer se sumó un nuevo capítulo que tiró abajo, con estruendo, la versión que Milei había querido instalar en la entrevista con Luis Majul. Allí, el Presidente juró que los bultos eran apenas un rejunte inocente: “Dos de Laura Arrieta, dos de la tripulación, dos de otra persona y cuatro bolsas de compras”, repitió como si estuviera recitando la tabla del dos.
Pero Juan Pablo Pinto, el piloto del avión, se presentó “espontáneamente” ante la Justicia y declaró que los bultos eran suyos. Sí, SUYOS. Dijo que trajo una guitarra para un amigo, una mochila para su hijo, una impresora, y un puñado de objetos más. Y aclaró:
“Todos los controles se llevaron a cabo con normalidad.”
¿Normalidad? Difícil de sostener, si uno recuerda que la Aduana admitió que cinco de las diez valijas bajaron del avión sin ser revisadas. O que la fiscalía está investigando por qué se habilitó ese “fast track” a lo Parques de Disney para pasajeros de un vuelo privado que venía de Miami.
La danza de las excusas
Mientras tanto, en la Casa Rosada y alrededores, las excusas vuelan como moscas. Basta repasar el hilo en redes que compila la seguidilla tragicómica de argumentos:
Todo fue controlado.
El periodista miente.
No eran 10, era una.
Eran 5.
Eran 10 pero no llevaban plata.
Ni bien tuvimos la información, hicimos la denuncia.
Es tan ridículo el zigzagueo que pareciera que el Gobierno está jugando un ajedrez 4D, pero en realidad está perdido en un tablero que ni sabe cómo se arma.
Porque la gran verdad es que, si no había nada raro, no se entiende por qué la explicación cambia cada 48 horas. Ni por qué nadie tiene el mismo guión.
Milei y la aduana “autónoma”
En su charla con Majul (y Cabak), Milei ensayó la defensa más insólita de todas: la Aduana es autónoma y decide, casi a su antojo, a quién revisarle las valijas y a quién no.
“Los controles en Aduana son discrecionales y arbitrarios: los determina el agente de Aduana.”
Listo, muchachos, cierren todo. ¿Cómo pretende el Gobierno que la ciudadanía le crea que es normal que a cinco valijas que vienen de Miami, de un vuelo privado, simplemente no se las revise porque sí?
Porque entonces cualquier narco o contrabandista debería agradecerle al azar: “Hoy no, jefe, hoy no te revisamos.”
Y encima, para cerrar el cuadro grotesco, Milei descalificó la investigación diciendo que es “una pelotudez grande como una casa”, y que es todo un “collage de fotos” inventado por periodistas y opositores.
Mientras tanto, el piloto aparece y dice que sí, que las valijas eran de él. Y con objetos que, aunque no sean ilegales, sí deberían haber pasado por Aduana.
No es el contenido, es el procedimiento
La cuestión de fondo no es si traían dólares, guitarras, ropa o una impresora: es por qué cinco valijas bajaron sin control.
¿Quién dio la orden?
¿Por qué se saltó el procedimiento?
¿Por qué hay tantas versiones distintas?
Cada vez que el Gobierno lanza otra explicación, el tema sigue creciendo. Porque el relato se les pulveriza. Aunque sea mentira, cualquier manual de crisis recomienda sostener una sola mentira bien contada. Pero esta gente ya va por la octava versión.
Y mientras las valijas fantasma siguen apareciendo y desapareciendo, la ciudadanía empieza a hartarse de que la traten de idiota.
Porque si no había nada, lo normal es mostrar las valijas y punto. No inventar excusas que se pisan entre sí.