River está oscuro, pero se siente una electricidad invisible. Desde las tribunas, las luces de los celulares parecen un enjambre que respira al compás de un único latido. 70 mil personas esperan la primera nota de Airbag, esa señal que transformará la ansiedad en fuego. En las pantallas, un reloj marca la cuenta regresiva; los hermanos Sardelli se preparan detrás del telón con la serenidad del boxeador antes del tercer round.
Tres River Plate en un mismo año. Tres noches que ya son parte de la historia reciente del rock argentino. El Club de la Pelea Tour no es solo una gira: es la confirmación de que el trío alcanzó la cima sin intermediarios, sin etiquetas, solo a base de canciones que queman y una entrega absoluta.
Cuando el reloj cae en cero, el estadio explota. Luces blancas, ráfagas de humo, y ese riff inicial que suena como si un avión despegara desde el escenario.
“¡Buenas noches, River Plate!”, grita Patricio con una sonrisa que se mezcla con un alarido de miles. Jinetes cromados abre el ritual, una elección perfecta: velocidad, adrenalina, y el eco de un público que canta como si fuera el último concierto del mundo. Guido, de pie sobre la batería, marca el ritmo con furia. Gastón, con la guitarra colgando baja, mira al cielo.
A los costados, la pirotecnia ilumina el Monumental. En las pantallas, imágenes de motos, autos, fuego. Todo parece moverse en cámara lenta, pero el volumen perfora el aire.
Desde los primeros acordes el público respondió con entrega total: saltos, luces de celulares en las plateas, banderas y cánticos que acompañaron tanto los temas nuevos del El Club de la Pelea como los cortes ya clásicos que la multitud corea de memoria. La puesta escénica fue la propia de un show de estadio —pantallas inmensas, juego de luces, pirotecnia contenida— y la banda administró tiempos largos de rock con cambios de intensidad que permitieron tanto empuje como momentos ciudadanos de comunión íntima entre canción y público.
Uno de los pasajes que quedó para la memoria fue la aparición de Ricardo Mollo como invitado: subió al escenario en un momento para compartir versiones y guiños a clásicos (incluyendo “Me gusta ese tajo” / “Fugitivo”). Fue un golpe de efecto celebrado por la platea: la mezcla de la voz y guitarra de Mollo con la ferocidad melódica de Airbag generó el clímax de varios minutos.
El repertorio fue una mezcla acertada entre músculo y nostalgia. La noche incluyó una buena porción de temas del nuevo disco y, sobre todo, un repaso de los himnos que la banda viene consolidando: desde “Jinetes cromados” y “Anarquía en Buenos Aires” hasta “Huracán”, “Como un diamante” y “Bajos instintos”.
La duración del show de casi 3 horas y la entrega del público fueron notorias: la banda repasó buena parte de su discografía en un show que convocó a decenas de miles de personas —un concierto que, en tono y escala, pareció una celebración colectiva del rock argentino en su versión de estadio. Más de 70.000 asistentes y una noche intensa en clima y emoción.
Setlist de Airbag
- Jinetes cromados
- Anarquía en Buenos Aires
- Perdido
- Vivamos el momento
- Noches de insomnio
- No confíes en tu suerte
- Pensamientos / Extrañas intenciones
- Corazón lunático
- Nunca lo olvides
- Huracán
- Campos Elíseos / Diez días después (variantes en videos)
- Bajos instintos
- Como un diamante
— Encore — - Solo de guitarra / himno instrumental breve
- Versiones/sorpresas con invitados (Ricardo Mollo: “Me gusta ese tajo” / “Fugitivo”)
Cierre