Por estos días, el nu-metal llora la pérdida de uno de sus pilares más discretos pero más esenciales. Sam Rivers, bajista y cofundador de Limp Bizkit, murió el 18 de octubre de 2025 a los 48 años. La noticia la confirmó la propia banda en sus redes sociales con un mensaje breve, sentido, sin grandilocuencias:
“Hoy perdimos a nuestro hermano. A nuestro corazón. Sam no era solo nuestro bajista: era pura magia.”
En una banda dominada por la personalidad explosiva de Fred Durst y la excentricidad visual de Wes Borland, Sam Rivers siempre fue la calma en medio del huracán. Bajista preciso, obsesivo con el groove, y arquitecto del sonido más pesado y pegadizo de la banda, Rivers fue el puente entre el metal y el funk, entre el hip-hop y la furia adolescente de fines de los noventa.
Nacido en Jacksonville, Florida, el 2 de septiembre de 1977, Sam creció entre discos de funk, soul y punk. En 1994, junto a su primo John Otto y un joven tatuador llamado Fred Durst, formó Limp Bizkit, una banda que en cuestión de años pasaría de los bares de Florida a los estadios del mundo.
Su bajo marcó el pulso de himnos generacionales como “Nookie”, “Break Stuff” y “My Generation”. Era el responsable de esa base densa, viscosa, tan característica del sonido Bizkit: un latido que mezclaba agresión con groove, caos con control.

Una vida de excesos y segundas oportunidades
La historia de Sam también tuvo sus sombras. En 2015 abandonó temporalmente la banda debido a graves problemas hepáticos derivados del alcohol. Años después se sometió a un trasplante de hígado y logró lo que parecía imposible: volver a los escenarios.
Su regreso, en 2018, fue recibido con una ovación de respeto. Muchos creían que no volvería a tocar, pero él lo hizo, más delgado, más sobrio, con una sonrisa tímida y una serenidad nueva.
“Volver fue un milagro”, dijo en una entrevista en 2019. “Y cada nota que toco desde entonces, la toco con gratitud.”
Pero su salud siguió siendo frágil. Aunque no se han dado a conocer las causas oficiales de su muerte, sus problemas médicos eran conocidos dentro del entorno de la banda.
El corazón del nu-metal
En un género muchas veces ridiculizado, Sam Rivers fue uno de sus músicos más respetados. No por su extravagancia ni por su ego, sino por su feel: esa capacidad de hacer que una banda entera suene cohesionada, por más que todo alrededor pareciera estar a punto de explotar.
Su influencia se extendió mucho más allá de Limp Bizkit. Produjo bandas locales en Jacksonville, ayudó a jóvenes músicos a grabar sus primeros demos y se mantuvo activo en la escena incluso cuando el nu-metal ya no estaba de moda.
Fred Durst, quien siempre tuvo una relación intensa y cambiante con sus compañeros, despidió a Rivers con un mensaje cargado de emoción. No hubo declaraciones oficiales ni ruedas de prensa. Solo silencio, guitarras desafinadas y una tristeza compartida entre millones de fans que crecieron gritando “It’s just one of those days!”.
A 25 años de aquel Chocolate Starfish and the Hot Dog Flavored Water que definió una era, la muerte de Sam Rivers marca el fin simbólico de una generación.
De los días en que MTV aún pasaba videos, de los pantalones anchos, del rap-metal que todos decían odiar pero todos bailaban igual.
Aún resuenan los latidos del bajo en Lollapalooza 2024
Rivers era el tipo que no necesitaba gritar para hacerse escuchar.
Su bajo decía todo.

