Durante semanas circuló en redes sociales de Italia un tema extraño, de esos que suenan como rescatados de un viejo vinilo de música olvidada. Una voz femenina, profunda, elegante, que empieza con frases ingenuas y dulzonas, pero de pronto se lanza a un territorio prohibido, provocador y explícito.
El archivo suena a otra época: reverberancia analógica y estética de los 60 que acompañaban la canción.
Lo curioso es que muchos juraron reconocerla. Que sonaba un poco a Milva, un poco a Dalida, algo de Mina y hasta un dejo de la rebeldía de Patty Pravo.
Algunos melómanos italianos y después también argentinos aseguraban haber escuchado esa voz en alguna disquería del centro porteño, hace décadas, escondida entre catálogos censurados. Como si fuera una pieza maldita que, de tanto circular por lo bajo, había sobrevivido en la memoria colectiva.
La letra, por supuesto, terminaba de completar el mito: tras un arranque de balada romántica, la cantante pedía sin vueltas lo que ninguna otra se había animado a pedir en la música popular de la época. “Ábreme el culo, querido, eso es lo que quiero”.
La canción fantasma
Y ahí se revela el truco: esa canción jamás existió. El tema —titulado Ábreme el Culo— es creación de Cantoscena, un colectivo digital que combina inteligencia artificial con relatos inventados. Fabricaron la voz, los discos, las fotos y hasta la biografía. Lo presentaron como si fuera un hallazgo perdido y, como era de esperar, miles cayeron en la trampa.
Según la narrativa que difundieron, la intérprete original italiana era Vera Luna, una diva underground que en 1967 provocó escándalo con ese sencillo prohibido. Al año siguiente, su amiga vasca Luz Vergada habría grabado la versión en castellano, destinada a conquistar al mercado latinoamericano. Pero la censura franquista impidió cualquier distribución: los discos desaparecieron de las tiendas en menos de 48 horas.
La biografía falsa suma un giro argentino: tras ser hostigada en Europa, Vergada habría emigrado a Buenos Aires en 1970. Allí abandonó la música y se reinventó como autora de literatura erótica bajo el seudónimo Ramona Melano, una firma que décadas después sería reivindicada por la contracultura local. Historia verosímil, poderosa… y completamente inventada.
Rossella, Grose y la fauna digital
El éxito de Vera Luna abrió la puerta a otros fantasmas. Dos semanas después apareció Rossella, supuesta estrella italiana de los 80, censurada por cantar “Il sapore del tuo seme” en la Riviera Romagnola. La ficción incluye vinilos confiscados, persecución policial y retiro en Viterbo. Todo armado para sonar creíble y, sobre todo, viralizable.
A esa serie se sumó un caso real, pero con el mismo problema: Grose, seudónimo de la tiktoker napolitana Giuliana Florio. Tras hacerse famosa por sus transmisiones como NPC humano, lanzó el tema Gay, en el que admitió usar voces y pistas procesadas por IA. Lo explicó en su biografía de Spotify, pero la polémica no se detuvo.
Spotify, la policía tardía
La industria intenta reaccionar. En 2023, Spotify eliminó decenas de miles de canciones generadas con IA por la startup Boomy. También persiguió falsos inéditos de artistas muertos, como la supuesta nueva canción de Blaze Foley, asesinado en 1989. Demasiado tarde: millones ya la habían escuchado.
Mientras tanto, en Instagram, la cuenta oficial de Cantoscena acumula likes: más de 77 mil en una sola publicación sobre Vera Luna. El algoritmo multiplica el mito, mucho más rápido de lo que las discográficas o los herederos pueden desmentir.
Y en Argentina, la leyenda de Luz Vergada y su transformación en Ramona Melano encuentra terreno fértil. Porque si algo encuentra verosimilitud en los argentinos es la mezcla entre censura, exilio y contracultura. Aunque en este caso sea todo mentira, la historia se puede consumir como si fuera verdad.
Al fin y al cabo, en el florecer de inteligencia artificial, la diferencia entre archivo y artificio ya no la marca la historia: la marca el algoritmo.