En medio de las exequias del Papa Francisco, que culminarán con su funeral el próximo sábado en la Basílica de Santa María Mayor en Roma, no sería extraño que aparecieran carteles y banderas con una expresión que el mundo católico ya supo ver en otras ocasiones: “Santo súbito”.
Esta frase, que puede traducirse como “¡santo ya mismo!” o “¡santo de inmediato!”, condensa un fervor popular que trasciende protocolos y que, en ciertos momentos de la historia reciente del Vaticano, buscó marcar el “pulso espiritual” antes que el administrativo.
SUCEDIÓ CON JUAN PABLO II
El caso más emblemático de esta expresión ocurrió en abril de 2005, durante los funerales de Juan Pablo II. Aquel día, apenas horas después de su muerte, una multitud reunida en la Plaza San Pedro alzó pancartas con la consigna “Santo subito”, reclamando su canonización inmediata.
Tal fue el impacto de esa manifestación espontánea que, apenas un mes después, el entonces papa Benedicto XVI anunció que se abría el proceso de beatificación sin respetar el plazo mínimo de cinco años tras la muerte del candidato. En 2014, Karol Wojtyła fue finalmente canonizado, convirtiéndose en San Juan Pablo II.
¿PODRÍA PASAR ALGO SIMILAR CON FRANCISCO?
Si bien aún no parecen haber aparecido esos carteles ni banderas, el contexto de su muerte —llena de signos de afecto, despedidas multitudinarias y un legado de cercanía con los marginados— podría alentar a ciertos fieles a impulsar esa consigna.
El papa argentino supo ganarse el cariño de sectores populares por su mirada progresista, su impulso reformista dentro de la Iglesia y su mensaje constante de compasión hacia los excluidos. Esos rasgos suelen dejar una huella emocional profunda.
Sin embargo, no toda la Iglesia recibe con entusiasmo estos movimientos espontáneos.
La Curia romana, tradicionalmente conservadora, suele mirar con cierta desconfianza las expresiones que no se enmarcan dentro del protocolo canónico, a no ser que sea para beneficio de su esquemática tradición.
En el caso de Francisco, esta situación se agudiza. Su pontificado se caracterizó por tensiones internas: promovió reformas en la administración vaticana, mostró una postura más comprensiva frente a la diversidad sexual y buscó un enfoque pastoral más abierto en temas como el divorcio, la migración o la pobreza. Todo esto le valió simpatías por fuera, pero también resistencias internas.
Si llegaran a aparecer banderas con la frase “Santo súbito” durante sus funerales, será importante preguntarse: ¿se trata de un deseo compartido por la feligresía en su conjunto o de sectores específicos más afines a su pensamiento?
Es difícil medirlo. Lo cierto es que este tipo de expresiones seguramente no habrán provenido de la estructura oficial de la Iglesia, sino del fervor popular, un fervor que en ocasiones marcó el rumbo de las decisiones vaticanas.
Más allá de lo que ocurra en estos días, el debate quedará abierto: ¿el Papa Francisco será recordado solo como un reformador, o como un santo de los tiempos modernos? El tiempo —y el pueblo creyente— tendrán la última palabra.

