La escena ocurrió en A Dos Voces, por la señal TN. Edgardo Alfano, con la calma de la pregunta obvia, inquirió qué haría el Gobierno de Javier Milei si también en el Senado caía el veto presidencial a la ley de financiamiento universitario, como ya sucedió este miércoles en Diputados por amplísima mayoría.
La respuesta de Alejandro Álvarez, subsecretario de Políticas Universitarias, pasará al anecdotario de los disparates políticos: “Si vos hacés una ley que deroga la ley de gravedad, ¿qué hacés?”.
El desconcierto fue inmediato. Marcelo Bonelli, incómodo, atinó a recordarle que no era comparable, que aquí no se trataba de una fuerza natural inmutable sino de una decisión democrática del Congreso. Pero Álvarez insistió en la metáfora, como si lo que se votó por dos tercios de los diputados fuera apenas un chiste de una sobremesa del asado del domingo. La desconexión con la realidad es tan grande que raya con la burla.
El reino del absurdo
No es la primera vez esta semana que Álvarez se hace notar públicamente. Hace apenas 48 horas cuestionó a Axel Kicillof por haber tomado mate a las 11 de la noche en un programa de televisión, como si ese fuera un gesto revelador de un supuesto populismo preelectoral.
Ahora, nuevamente queda atrapado en su propio delirio discursivo, recurriendo a comparaciones cósmicas que lo dejan expuesto como un funcionario que opera en un universo paralelo, ajeno al peso concreto de las instituciones.
El problema no es sólo retórico. Con su salida de tono, Álvarez blanqueó la obstinación dogmática del Gobierno: desconocer la decisión del Congreso incluso cuando se trata de mayorías agravadas, incluso cuando el veto presidencial ya fue rechazado y seguramente volverá a serlo en la Cámara Alta. Traducido, el secretario vino a decir que la administración libertaria se reserva el derecho a incumplir lo que la Constitución ordena.
Hablar de la “ley de gravedad” para minimizar la validez de una norma votada por más de dos tercios de representantes de la Nación no es una torpeza inocente: es un gesto de soberbia. Es la confesión implícita de que la voluntad popular, expresada en el Congreso, no vale nada frente al dogma ideológico de Milei y su equipo.
Álvarez se quiso mostrar ingenioso y terminó revelando lo que muchos sospechan: que este Gobierno se percibe por encima de la ley, que juega a las metáforas de ciencia para confundir con la política y que, frente al límite democrático, prefiere el delirio antes que el respeto institucional.
Lo grave no es que haya dicho un disparate en televisión. Lo grave es que lo crea.