Uno de los atractivos de la Copa Mundial de Fútbol es que genera encuentros entre naciones lejanas. En las tribunas, en las canchas y en las calles del país anfitrión se cruzan pueblos que de ninguna otra manera podrían vincularse. Además, a la gran mayoría de los espectadores, le surgen preguntas sobre los eventuales rivales. Arabia Saudita, Polonia, Holanda (¿o Países Bajos?) y, ahora Croacia.
El país balcánico tiene un territorio similar a la provincia de Corrientes y una población de cerca de 4 millones de habitantes, un cuarto de la de la provincia de Buenos Aires. Fue el último en incorporarse a la Unión Europea (en 2013) y se define como un estado unitario e indivisible, democrático y social. Hasta acá, todo normal, salvo por todas las guerras que tuvo que atravesar antes de consolidarse como una república.
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Actualmente, la relación comercial entre Argentina y Croacia no es muy estrecha. En lo que va del año, el intercambio de bienes y servicios fue de solo 54,73 millones de dólares. De ese total, unos USD 37,4 millones corresponden a exportaciones argentinas, mayoritariamente de maní y filetes de merluzas, mientras que los USD 17,33 millones restantes son de importaciones de origen croata (sobre todo autopartes o insumos para distintas industrias).
Sin embargo, hubo una época (no tan lejana) en la que Argentina vendió más productos, no precisamente materias primas, al país del este europeo. Fue en la década del 90. El presidente de la Nación se llamaba Carlos Menem y su ministro de Defensa era Oscar Camilión. Del otro lado del mapa un infante llamado Luka Modric recién aprendía a patear una pelota en hoteles de refugiados. Ahí se estaban desarrollando las guerras yugoslavas que durarían todo una década y resultarían en el surgimiento de nuevos Estados, entre ellos el de Croacia.
El contrabando por la paz
La independencia croata se logró luego de 4 años de enfrentamientos bélicos entre la nación declarada independiente y los yugoslavos. En este punto, año 1991, entró en juego la patria menemista que asistió con soldados (unos 400 aproximadamente) y armas al país que defendía su derecho a nacer. El entonces presidente firmó tres decretos secretos entre 1991 y 1994 para venderle armamento fabricado en Río Tercero a Panamá y Venezuela. El problema que comenzó a investigar la justicia en 1995 fue que esas 6.500 toneladas de fusiles, cañones y municiones tuvieron como destino final Croacia y Ecuador, dos naciones que no podían recibir armas porque tenían un embargo de la Organización de las Naciones Unidas (ONU).
El escándalo de corrupción que incluyó la explosión de una fábrica militar acompañó a Menem ( y a otros 17 implicados) hasta 2018 entre absoluciones, condenas, revisiones y nuevas causas. Lo llamativo es que desde el punto de vista del comprador de esas armas la cuestión tuvo otro desenlace. Así lo indicó, mientras en la Justicia todavía se investigaba, quien era en ese entonces (año 2004) el embajador croata en Argentina, Rickard Rossetti.
Durante la inauguración del consulado de su país en Tucumán, el funcionario le dio una entrevista al diario La Gaceta. “Ahora se habla mucho de eso, de Menem y de las colas del caso, pero nadie dice la verdad: que las armas argentinas pararon la guerra“, reveló en aquella oportunidad. Rossetti ratificó sus declaraciones destacando las virtudes del armamento nacional.
“Yo no puedo ni tengo derecho a hablar de cosas internas de Argentina. Si se pudo vender o no, o adónde fue la plata. Sólo puedo decir que las armas se pagaron cuando llegaron a Croacia y ahí se terminó la guerra”, afirmó. “Antes de comprar las armas a Argentina, Croacia no podía defenderse, pero cuando posicionamos los cañones de 155 milímetros se paró la guerra porque fue posible devolverle el fuego al enemigo. Gracias a esos cañones se salvaron muchas vidas, de ambos lados, porque se paró la guerra“, concluyó.
Sí, fue contrabando. Sí, incluyó la explosión de la planta que Fabricaciones Militares tenía en Río Tercero. Pero, siguiendo el relato de Rossetti, fue por la paz. Se hizo por el pueblo croata. Quizás haya llegado el momento de que nos devuelvan un favor.
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