Este es mi primer mundial fuera de casa. No paro de mirar videos a través de la redes sociales. El clima -imagino- debe ser increíble. Estoy viviendo en Madrid y antes estuve viviendo en Barcelona. Nunca hubo un clima mundialista entendido como lo hacemos nosotros.
No hay fixtures en las verdulerías y salvo por los días que jugó España, las banderas siguen siendo la misma cantidad de siempre. Se habla, si, de la comunión entre el equipo argentino y la gente. Se ven los videos de la locura que provoca. Tengo ganas de llorar cada vez que escucho “En Argentina nací, tierra de Diego y Lionel”.
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Cuando empezó el Mundial me moría de ganas de estar en Argentina, sentí un vacío total. Siempre me muero de ganas de besar a mis papás y amigos, creo que durante el mundial ese sentimiento aumentó. Sueño con asados imaginarios y con los chistes de siempre que uno hace con los conocidos. A veces, la rutina -en mi caso la vieja- es el paraíso. Pero los paraísos son diversos, ahora tengo otros, que no cambiaría pero me gustaría combinarlos.
Irte a otro país es partirte en dos. Nadie puede estar en dos lados al mismo tiempo. Ni siquiera Messi. Les cuento un secreto: a quienes se vuelven de la comodidad europea, que prefieren el quilombo argentino, lo hacen porque extrañan eso que es tan nuestro. Una compañera de trabajo, italiana ella, me dijo que en su país lo que reina es la anarquía. Han tenido desde que son república casi un primer ministro por año. Su definición me pareció trasladable a nuestra Argentina tan dominada por “la grieta”, ese empate que nos imposibilita ponernos de acuerdo.
Entonces apareció la “Scaloneta” como germen de unión. Esa explosión de felicidad social que veo en los videos casi obsesivamente me dio a pensar que hay no sólo una necesidad de alegría colectiva sino de unión. Vi un tweet de alguien que decía más o menos que le encantaba que los jugadores de la selección sean “anti k”. Automáticamente pensé: “este pibe no entendió nada”.
Quiero que entiendan una cosa: estoy lejos de casa y pienso mucho en Argentina. Todo el tiempo. Cada vez que tengo la oportunidad le digo a la gente de aquí que vayan, que conozcan porque van a ver un país hermoso y que como los van a querer allí nunca los van a querer en ningún lado.
El mundial te hace reflexionar. Lo que está provocando la selección no sé cómo será interpretado en el futuro pero claramente habla de la necesidad de unidad. Si no se hace por arriba entonces los ejemplos brotan desde abajo. Argentina no es el peor país del mundo. Es un país con dificultades que tiene gente maravillosa.
Hace poco me encontré con un documental sobre Costa de Marfil. Una guerra civil no es comparable con “la grieta”, por más términos bélicos que se usen. El extraordinario Didier Drogba, capitán de la selección marfileña dijo después de clasificar al mundial de 2006: “Ciudadanos de Costa de Marfil. Del norte, del sur, del este y del oeste, les pedimos de rodillas que se perdonen los unos a los otros. Perdonarse. Perdonarse. Un gran país como el nuestro no puede rendirse al caos. Dejar las armas y organizar unas elecciones libres”.
Una semana después el presidente de Costa de Marfil y el líder de los rebeldes organizaron las elecciones. Lionel Messi y el seleccionado se han mostrado como símbolo de unión. A mi desde lejos, en la comodidad de mi casa en Madrid, eso me da una esperanza. No es poco. Igual sigo extrañando tomar unos mates en la vereda de mi casa en Tandil, con mis viejos y mis amigos. Hay veces que el cielo está ahí adelante y no los vemos. Espero que cuando la final termine ese cielo esté cerca para todos.
Para terminar les quiero compartir algo. Hace muchos años estudié en la Universidad Nacional de La Plata con un alemán, Florían, con el que nos hicimos muy amigos. Lo llevé a Tandil, comimos asado y tomamos cerveza y vino. Cuando nos volvíamos para La Plata me dijo: “Nosotros tenemos mejores autopistas y mejores coches pero ustedes se quieren más. Y al final creo que eso es lo más importante”.
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