Hace apenas unos años, la imagen de Ahmad al-Sharaa, más conocido como Abu Mohammad al-Jolani, circulaba en afiches oficiales del programa estadounidense de recompensas oficiales “Rewards for Justice“.
“Stop This Terrorist”, rezaba la tipografía roja sobre fondo blanco, junto al rostro barbado del líder yihadista. Washington ofrecía hasta 10 millones de dólares de recompensa por cualquier información que permitiera dar con su paradero.
La acusación era clara: como jefe de Jabhat al-Nusra, la filial de Al Qaeda en Siria, estaba implicado en múltiples atentados, crímenes de guerra y ataques indiscriminados contra civiles.
De terrorista a líder
Ese mismo hombre —cuya cabeza tenía precio en dólares— se sentó el 23 de septiembre de 2025 en la primera fila de la Asamblea General de Naciones Unidas, en Nueva York.
Vestido con traje occidental y auriculares de traducción, participó como presidente oficial de la República Árabe Siria, cargo que asumió tras la caída del gobierno de Bashar al-Assad en diciembre de 2024.

Fue la primera vez en casi seis décadas que un mandatario sirio asistió personalmente al foro internacional, y las cámaras captaron la escena con un aire de normalidad diplomática que contrasta brutalmente con su pasado.
La contradicción es evidente: Estados Unidos y la ONU, que durante años catalogaron a al-Jolani como un terrorista internacional, hoy le conceden un lugar privilegiado en la mesa de los estados. No sólo eso: Washington relajó sanciones contra Siria, levantó la designación de Hayat Tahrir al-Sham (HTS) como organización terrorista extranjera y, de facto, borró el historial de recompensas que lo señalaba como enemigo público. Todo en nombre de la “transición política” y la “estabilidad regional”.
El discurso de la realpolitik pesa más que las hemerotecas. El hombre que Human Rights Watch responsabilizó por ejecuciones sumarias, secuestros y torturas en zonas controladas por la filial de Al Qaeda, hoy se sienta frente al plenario de naciones con inmunidad diplomática.
La misma ONU que mantiene comisiones investigadoras sobre crímenes de guerra en Siria le entrega credenciales para representar a un país devastado por más de una década de conflicto.

La política del interés
Las potencias justifican el viraje con el argumento de la necesidad: tras la caída de Assad, al-Sharaa se convirtió en el único líder capaz de garantizar un mínimo de orden.
Washington y Bruselas prefieren un “nuevo comienzo” con un viejo conocido antes que prolongar la anarquía o dejar espacio a otros actores regionales como Irán o Rusia. En los pasillos diplomáticos, se habla de “pragmatismo” y de “aprovechar la oportunidad histórica”. En la opinión pública, la palabra más repetida es otra: hipocresía.
El caso de al-Jolani desnuda un doble estándar que no es nuevo, pero sí escandaloso por lo explícito. El mismo Occidente que se proclama adalid de la lucha contra el terrorismo, no duda en reciclar a un ex yihadista cuando conviene a sus intereses estratégicos.
Las víctimas de la guerra civil siria, los familiares de los muertos en atentados y quienes huyeron de sus zonas de control difícilmente encuentren consuelo en las explicaciones diplomáticas.
La foto del afiche con la promesa de 10 millones de dólares convive ahora con la foto de traje y corbata en la ONU. Entre una y otra no sólo hay un cambio de vestuario: hay un giro de 180 grados en la narrativa internacional.

Esto también significa un mensaje incómodo al mundo: en la arena global, ser terrorista o ser presidente no depende de los hechos, sino de la conveniencia del momento…

