Llegó a ser Súper Mansilla. Sí, con los penales atajados a Boca y a Vélez para la conquista de la Copa de la Liga 2024 y por su buena actuación en la final con los de Liniers en el Trofeo de Campeones, se ganó ese apodo. Sin embargo, de un tiempo a esta parte, fue dejando esa capa de héroe a un costado y ante Botafogo, en Río, directamente atajó en modo villano.
Porque el arquero de Estudiantes fue responsable directo de la derrota del equipo. Primero, por su floja respuesta en el segundo gol, una mal cálculo, una salida en falso, un error de esos que en la Copa se pagan caro y que cuestionan la jerarquía de un arquero, lo que le permitió a Igor Jesús marcar de cabeza el 2-0 parcial.
Y después, por su falta de reacción en el tercer gol, el de Artur. O más bien, por la forma inexplicable en la que se rindió, sin ofrecer resistencia alguna y hasta marcándole el delantero del Fogao en qué lugar tenía que definir, más allá de que contaba todas las chances de convertir. Es, más que nada, su gesto de abatimiento lo que llamó mucho la atención. Y lo que preocupa.
La cuestión es que esta actuación de Mansilla enciende una alarma que estaba latente y potencia la incógnita: la de si tiene la jerarquía suficiente que necesita un equipo con aspiraciones en la Libertadores, en la más alta exigencia continental. Hasta ahora, incluso con algunos vaivenes, tuvo mejores respuestas a nivel doméstico que en el plano internacional.
Y esto, a su vez, abre el debate o, por lo menos invita al análisis, sobre si Estudiantes necesita o no otro arquero en caso de seguir en la Copa Libertadores. Porque si pasa a octavos, no habrá mañana, como tiene ahora el equipo en la última fecha para poder clasificarse. De pasar a la próxima instancia, será a todo o nada, la exigencia y la categoría del rival aumentará, y no habrá margen para el error. Y menos, para un arquero que no ofrezca garantías…

